lunes, 28 de mayo de 2012

The New 52. JUSTICE LEAGUE

Guión: Geoff Johns

Dibujo: Jim Lee

Editorial: DC

Formato: Comic Book. 32 Páginas

Precio: $3.99

Calificación: 7,5/10


Pues sí. Ha llegado la hora de empezar a hablar en firme por estas líneas del criticado (no sin razón) Nuevo Universo DC. Y qué mejor manera que hacerlo de la mano de la serie que ha sido buque insignia del relanzamiento y que mayores críticas recibió en el comienzo de su andadura. Pero antes de meternos de lleno en el análisis de lo que Justice League es capaz de ofrecer al lector (ya sea el de siempre o el recién llegado), dediquemos unas líneas (y esta vez si me atrevo a aventurar que serán bastantes) a repasar el movimiento de una editorial que muchos han visto como una suerte de suicidio.

Los cómics son una industria y como tal, por mucho que nos cueste entenderlo en ocasiones a aquellos que lo consideramos un arte (porque lo es, que nadie os diga lo contrario), debe generar beneficios. Y esta máxima tan simple es la que sirve para explicar todo lo que Marvel, DC, Image, Dargaud, Casterman, Astiberri, Norma o cualquier editorial que se precie, hace en aras de sacar cuartos vendiendo viñetas impresas. Visto así, los escándalos que los fans solemos (me meteré en el saco aunque nunca haya puesto el grito en el cielo) montar por los constantes cambios de equipos creativos, las series que se cancelan sin motivo aparente o las decisiones editoriales que asesinan décadas de continuidad sin despeinarse, son sólo eso, escándalos que no alcanzan a entender que si un artista es reemplazado es porque, o no puede cumplir fechas o porque, directamente, su trabajo no es lo que se esperaba de él; que si una serie es cancelada es porque no vende suficiente y que si TODO un universo es reiniciado es porque el antiguo depende demasiado de una dichosa continuidad que los nuevos lectores no van a querer afrontar.

Centrándonos en ese último aspecto, qué duda cabe que apoyarse en la necesidad de querer captar nuevos lectores es algo que funcionaría si el proyecto fuera de duración limitada. Pero, como bien ha demostrado hasta la saciedad el Universo Ultimate de Marvel, trascendido el primer año, cualquiera que desee acercarse a una colección se encontrará con el problema de tener que leer, sí o sí, doce números. Y no digamos ya si los años son más de diez y han habido mega-eventos-llamados-a-redefinir-por-completo-el-universo-en-cuestión. Es por ello que el planteamiento de DC no ha encontrado, al menos en un nivel estrictamente comercial, la respuesta que se buscaba. Y las cifras de venta que las series arrojan mes a mes quedan lejos de reflejar un aumento sustancioso con respecto a lo que ya se obtenía antes del reinicio. Que sí, que el primer número de la Justice League vendió lo más grande, pero ¿y los siguientes? ¿y el resto de las colecciones?

Seamos francos, por mucho que se lo hayan intentado currar (y nadie afirma aquí lo contrario) DC está de capa caída desde hace muchos años, con series que no van a ninguna parte y eventos anuales que lo cambian todo para dejarlo tal y como estaba. Y el Nuevo Universo no es una excepción. Primero, porque lanzar al mercado 52 nuevas series en un único mes es una salvajada del calibre del Titanic. Y segundo, y aún más importante, porque querer autoconvencerse de que todas van a funcionar a las mil maravillas es de una ingenuidad aún más grande que el malogrado trasatlántico. Y a los hechos hay que remitirse. Cuando uno echa mano del Previews y observa como, al margen de las cuatro o cinco colecciones protagonizadas por los héroes más llamativos, todo lo que DC ofrece son series de personajes secundarios que no le interesarían ni al protagonista si existiera en realidad. Cuando, para relanzar un Universo, se recurren a nombres TAN de PESO en la INDUSTRIA como Rob Liefeld, Norm Rapmund, Brett Booth, Scott Lobdell o Tom De Falco es que algo no se está haciendo como debiera. Cuando, de 52 series sólo cuatro o cinco justifican el esfuerzo de su compra y lectura, mientras que el resto son tebeos de lo más mediocre, es que alguien ha fallado, y de qué manera, en ver lo que realmente necesita el mercado.

Y lo cierto es que las necesidades actuales de los cómics de superhéroes, pasan indefectiblemente, como muy bien ha sabido ver Marvel, por la gran pantalla. Pero claro, ahí el tiempo y las malas decisiones han jugado demasiado en contra de Warner/DC ya que, al margen del Batman de Nolan, la productora no ha sido capaz de atraer a las legiones de espectadores que, muy probablemente, ya han empezado a adquirir en masa cómics Marvel gracias a ese peliculón que es Los Vengadores, una cinta que supone la culminación de un magnífico esfuerzo por conseguir trasladar la cohesión del universo de papel al celuloide. Un hecho que, mal que nos pese a muchos, DC está todavía a años luz de conseguir (miedo me da pensar lo que habrá hecho Snyder con Superman).

Volviendo al mundo de las viñetas, que es de lo que realmente va este blog (y vaya parrafada me acabo de sacar de la manga), ya apunté en la reseña de American Vampire que muy pocas eran las series que valía la pena seguir de este entuerto en el que DC se ha metido con las nuevas 52. Tan pocas, que se puede contar con los dedos de una mano: Justice League, Batman, Flash, Swamp Thing...y, por lo que a mi respecta, se acabó. Y no será porque no lo intenté con todas, que lo hice, y durante dos meses. Pero es que subproductos como Voodoo, Teen Titans, Firestorm, Frankenstein Agent of SHADE, Stormwatch o Batwing (y no sigo poniendo ejemplos, ya os hacéis una idea) están muy lejos de ser merecedores de la más mínima atención.

¿Qué tienen entonces las cuatro que sigo mes a mes para continuar captando mi atención? Comencemos a dar respuesta a esta pregunta con Justice League y, en próximas entregas, iremos haciendo lo propio con las otras tres, o dos, que los últimos de Swamp Thing ya no me han convencido tanto como los primeros.

Lo más llamativo de Justice League es, obviamente, el dibujo de Jim Lee. Currándose como ya es habitual en él, cada página al máximo, el trabajo del artista norteamericano para la serie es, sencillamente, espectacular, eso sí, siempre que su detallado estilo, barrocas composiciones y pequeños errores anatómicos sean aceptados, ya que son precisamente estos argumentos los que siempre esgrimen aquellos que nunca han valorado positivamente el trabajo del creador de WildCATS. Entrando a escudriñar en las páginas de la serie (que, hasta su número nueve ha contado con dos fill-ins, uno dibujado espléndidamente por Gene Ha, el otro de forma olvidable por ese clon de Lee venido a menos que Carlos D'Anda), lo primero que levantó airadas críticas fue el resideño de vestuario de los héroes de la alineación, sobre todo en lo que concierne a Superman. Pero, más allá de que la indumentaria sea un detalle nimio e irrelevante en el devenir de una colección, creo que los breves cambios en los uniformes de nuestros héroes entroncan a la perfección con la idea de reinicio y novedad de las Nuevas 52. En lo que respecta al primer arco argumental (compuesto por los números del uno al seis) el trabajo de Lee es impecable, y sus seguidores volvemos a disfrutar de un dibujante pletórico y mucho más acertado en su labor que lo que pudierámos verle en la olvidable Superman: For Tomorrow.

En lo que a la labor de Geoff Johns concierne, muchos han sido los que han comentado que el guionista pretende abarcar demasiado (tres series al mes, y las tres de personajes de peso es, desde luego, todo un reto para cualquiera) y quizás no les falte razón. Y digo quizás porque, leyendo Justice League, Aquaman y Green Lantern uno no puede evitar tener la percepción de estar ante un Johns que va a medio gas, lejos de lo que había sido capaz de ofrecer cuando sólo tenía a su cargo el destino de Hal Jordan y/o Wally West/Barry Allen. Aún así, dentro de ese incuestionable descenso en la calidad de las historias, Justice League se corona como la mejor de las tres colecciones que escribe el guionista (Aquaman es una chorrada y Green Lantern es más de lo mismo) aunque sólo sea porque, y eso se nota en la lectura, se lo esté pasando como un enano ideando aventuras de esas bigger-than-life que tanto gustan a los yanquis que, en los seis primeros números se traducen en la formación del grupo, nacimiento de Cyborg y enfrentamiento con Darkseid.

¿Problemas que se le podrían buscar a la serie? Sobre todo dos. El primero, atribuible no sólo a Justice League si no a todo el Nuevo Universo en general, es la sensación de pérdida que se deriva de la lectura de cualquiera de las 52 cabeceras. Es de suponer que con el tiempo se aclarará todo pero, hoy por hoy, el haber comenzado muchas de las historias in media res, sin presentar a los personajes mínimamente e introduciéndonos de lleno en un mundo ¿completamente nuevo? supone un mazazo (definitivo, me atrevería a afirmar) contra aquellos nuevos lectores que supuestamente se pretendía captar. Más que nada porque, y corrijanme si me equivoco, aquél que entre a leer cualquiera de las nuevas series se va a dar de bruces con una cantidad de información y personajes que YA tienen una historia que NO se está contando (el Batman de Snyder y Capullo es, en este sentido, uno de los mejores ejemplo). El no contar con esta desventaja, no supone que los más veteranos lo tengamos fácil, quizás algo más, pero no mucho, y series que deberían entretener y poco más, suponen en muchos sentidos un esfuerzo que no deberían exigir. 

En el caso de Justice League, este esfuerzo es, no osbtante, mínimo, siendo este detalle en particular el otro frente contra el que se arremetió a base de bien tras la publicación del primer número: el que en sus páginas no pasara casi nada. Algo que poco a poco Johns ha ido evitando y que, a día de hoy, ha quedado completamente subsanado gracias al buen hacer de un guionista que disfruta escribiendo las aventuras del grupo y está consiguiendo que los lectores hagamos lo propio. Si a eso le sumamos que, desde el número 7, la serie incluye una historia magnífica historia suplementaria en la que Johns, apoyado en el fantástico dibujo de Gary Frank, está desarrollando el origen del nuevo Shazam, pocas son las objeciones que le podemos poner a una cabecera que, ante todo, sabe como entretener al lector, que no es poco.

Sergio Benítez (X)

martes, 22 de mayo de 2012

él. Los VIVIENTES MUERTOS

Guión y Dibujo: Óscar Martín

Editorial: Ominiky

Formato: Libro Cartoné. 128 Páginas

Precio: 20€

Calificación: 8/10




Parecía un dibujo salido de una película de Disney...si no hubiera sido porque en un mano llevaba un pistolón enorme, en la otra una espada sanguinolenta y a sus pies yacía muerto un bicho gigantesco. Para los que lo hayan leído, sabrán que estoy hablando de la portada del recopilatorio de Solo que Edicions de Ponent editaba hace un lustro. Para los que no...¡¡¡¿¿¿que cojones estáis haciendo con vuestras vidas que no habéis leído una de las series más cafres y mejor dibujadas que se han editado en nuestro país???!!!...contento me tenéis.

Pero dicho tomo no era el primer contacto que los lectores teníamos con aquella rata gigante que se paseaba desmembrando toda clase de criaturas en un mundo post-apocaliptico a lo Mad Max ya que, como he apuntado en el párrafo anterior, el volumen que hoy se puede encontrar en cualquier librería...¡¡¡ya estáis tardando!!!...recopila lo que anteriormente había sido publicado en nueve números con alma de fanzine con los que en algún momento el que esto suscribe se había cruzado por alguna de las varias tiendas de cómics de Sevilla creyendo que lo que tenía delante era el trabajo inaugural de un autor novel que intentaba abrirse camino. No podía estar más equivocado.

Para los que no lo sepan, Óscar Martín lleva dando tumbos en el mundo del cómic desde que comenzara, en 1986 (sí, el tipo lleva casi tres décadas dándole al callo) a dibujar y guionizar la serie de Tom & Jerry para países como Alemania o Suecia, una labor que, jalonada en sus comienzos por trabajos para la Disney (su trazo no engaña), fue galardonada por Warner Bros en 2002 con el Lifetime Achieve Award, un premio tremendamente prestigioso y raro que suponía el punto álgido de una carrera que, no obstante, iba discurriendo de forma paralela por lugares completamente ajenos. 

Y es que, quizás para desfogar toda la mala leche que en Tom & Jerry siempre queda diluida, quizás para dar salida a una compulsión narrativa que probablemente quede ahogada por los patrones de unos cómics dirigidos principalmente a infantes, Óscar Martín comienza con Solo una andadura que lo llevará, primero, a publicar dos álbumes más de la rata y el mundo apocalíptico (también editados por De Ponent e igualmente imprescindibles) y, después, a tocar en las puertas de Casterman para iniciar en 2006 La Hermandad, una serie de cuatro volúmenes de los que hasta la fecha sólo han aparecido dos y que, si bien a nivel gráfico cuentan con un gran trabajo del artista, en lo que a la historia se refiere queda excesivamente lastrada, siendo este último el más que probable motivo por el que, tras un segundo álbum aparecido en 2008, no haya tenido continuidad.

Algo que importa bien poco si tenemos en cuenta que, a la espera de que aparezca ese ansiado nuevo tomo de Solo (un proyecto colectivo que está cercano a su publicación), Martín decide regalar a sus seguidores con la creación de un chucho irreverente, fumador, mujeriego, malhablado y, en definitiva, encantador que, en un alarde de originalidad tiene por nombre él. Con un primer volumen publicado por Ominiky el pasado 2011, y considerando el abultadísimo panorama del tebeo español en la actualidad, habrá sido más que normal que él haya pasado por vuestro radar sin haberos coscado. Y lo cierto es que muchos podréis pensar que con la vastedad de historias que se cuentan hoy por hoy en nuestras viñetas, el humor desenfrenado y de marcado carácter friki que plasma Martín en sus páginas está demasiado visto como para merecer vuestra atención. Y os estarías equivocando.

Libre de cualquier atadura editorial, de cualquier esquema o patrón y dispuesto a hacer lo que le salga de las gónadas, Martín consigue con el primer volumen de él una lectura fresca en la que se rompe la cuarta pared de forma constante para implicar al lector en un relato de corte noir en el que nuestro "héroe" tendrá que investigar un misterioso misterio (os podría desvelar cuál, pero tendría que mataros). Arropado por un trazo también liberado de cualquier atadura, Martín experimenta en las páginas del cómic con multitud de recursos, haciendo de la lectura de él, quién si no, una auténtica gozada con la que reir a placer; y dejando, obviamente, con ganas de más, mucho más. Unas ganas que ahora vienen a cubrir estos Vivientes Muertos

Agarrándose a la actual moda de los zombis, la opción de contar una historia de muertos vivientes, ha pasado de ser una novedad a convertirse en un abuso por parte de cualquiera que pretenda que le presten atención. Pero lean bien el título de este segundo volumen de él (que Ominiky ha publicado en esta ocasión en tapa dura tras haber ido sacándolo en varias entregas digitales a través de Koomic), no es una historia que avanza por ese manido MacGuffin que comienzan a ser ya los no muertos, si no que Martín reordena las palabras y da con un concepto que le sirve para, dentro de la coña constante en la que se desarrollan las páginas del libro (él no para de criticar a lo que nuestro artista hace al otro lado del tablero), arremeter de frente contra la sociedad en la que nos ha tocado vivir. 

Muy a la manera del fantástico análisis que Aleix Saló hace en Simiocracia, Martín lleva a su personaje a un hipotético futuro en el que las cadenas de televisión sólo emiten concursos y programas basura que lavan el cerebro a los televidentes; un futuro en el que el fútbol ha trascendido la manida frase de ser "el opio del pueblo" para convertirse en una droga dura; un futuro en el que el gobierno y los poderes fácticos hacen lo que pueden para mantener en un estado de constante subyugación a sus gobernados, ofreciéndoles cuanta más basura y miedo mejor para, así, hacer con sus vidas básicamente lo que les plazca; un futuro, en defnitiva, que se parece demasiado a nuestro presente, convirtiendo así Martín la lectura de un cómic de "cachondeo" en toda una crítica nada somera hacia esos vivientes muertos en los que ya se han convertido buena parte de la población de nuestra piel de toro. Tan sólo por eso (y cuando tengan el volumen en las manos verán que hay mucho más que disfrutar en su lectura) vale la pena atender a un cómic de esos que, como diría nuestro amigo Mario, "tiesquetener".

Sergio Benítez (IX) 

miércoles, 16 de mayo de 2012

FATALE vol.1 (#'s 1 al 5)

Guión: Ed Brubaker

Dibujo: Sean Phillips

Editorial: Image

Formato: Comic-book. 32 páginas

Precio: $3.99

Calificación: 9/10


No han sido pocas las ocasiones en las que hemos dirigido la mirada en este blog a la obra de Ed Brubaker. Quizás el haber reseñado muchos de sus títulos tenga que ver con la desaforada filia noir que servidor siempre ha acusado y que era compartida por alguno de los distinguidos colaboradores que estuvieron por aquí en nuestra primera etapa. O quizás, y me inclino más por esta segunda opción, donde resida la causa sea en lo condenadamente bien que escribe Brubaker cada vez que su atención creadora se focaliza en un género que le ha servido para parir sus mejores obras en una lista que se va haciendo cada vez más grande. 

Por si son de esos que nunca han terminado de atreverse a acercarse a lo que el escritor de Maryland es capaz de dar de sí fuera del género superhéroico (un prurito que sigue matando mes a mes con su espléndida estancia en Capitán América), háganse un favor y apunten algunas de las lecturas que cambiarán por completo su percepción para con el género negro en el cómic. Comencemos con The fall, publicada en nuestro país por Planeta y con dibujo de Jason Lutes, una obra magnífica para degustar en una tarde de otoño tal y como sugiere una de las posibles acepciones del título. Sigamos con Catwoman y la brillante reconversión que hizo el escritor de Selina junto a dibujantes como Cameron Stewart o nuestro Javier Pulido. Y ya que estamos en DC, no nos podemos olvidar de su extraordinaria colaboración con Greg Rucka al frente de Gotham Central una serie que, por méritos propios, es referente ineludible de la mitología contemporánea del Hombre Murciélago. Pero será para Image donde Brubaker dará su primer do de pecho de autoridad indiscutible con esa obra maestra que son los dos volúmenes Sleeper, una serie fantástica que se redescubre con cada nueva lectura y que pondrá en contacto al escritor con un artista del que, desde entonces, rara vez se ha separado, el sin par Sean Phillips.

Tras Sleeper, el tándem Brubaker-Phillips ha ido regalándonos poco a poco con títulos que resultan cita inevitable a la hora de hablar de lo mejor que se cuece al otro lado del charco, formando parte de este cada vez más abultado grupo las cabeceras de Criminal, en la que el escritor demuestra una y otra vez la absoluta maestría con la que domina los engranajes del género negro (y a la que ya le dedicamos en su momento dos reseñas aquí y aquí); Incógnito, una vuelta de tuerca a los superhéroes vista desde un antiguo villano y pasada por un irresistible tamiz noir; y, por fin, la serie que hoy nos ocupa, una Fatale que, con tan sólo cinco números en la calle, nos ha presentado a un autor que sigue sin conocer límites a la hora de explorar las diferentes fronteras del género.

Fatale arranca como deben hacerlo todas las buenas historias de género negro, con un prólogo que nos introduce de forma irremisible en un relato que arranca en el presente presentando a dos de los personajes que servirán de protagonistas: Nicolas Lash y Jo (apócope de Josephine y la mujer que, sin duda, sirve para dar título a la serie). En diez páginas de auténtico vértigo, a Brubaker le da tiempo de todo y haciendo gala de una habilidad narrativa como pocas, el guionista pasa de un funeral a la casa del fallecido a una huida desenfrenada en coche y, de ahí, a un hospital en el que un convaleciente protagonista da paso a lo que a partir de ese momento se convertirá en el hilo temporal de la narración: San Francisco a mediados de los años 50. Una época inmejorable en la que, ya desde la primera página, Brubaker no tiene reparos en situar a Josephine, la femme fatale que articula todo el primer volumen de la colección (los citados cinco números que apuntábamos con anterioridad) y que oculta un secreto capaz de arrastrar a cualquier hombre a la perdición. Y el elegido es un tal Dominic Raines, un periodista que resulta ser el fallecido protagonista del funeral que abría el número unas pocas páginas atrás. El misterio está servido y la trama, a partir de ese momento, comienza a complicarse con la inclusión de Walter Booker, un poli corrupto ex-amante (o amante) de Jo y alguien a quién llaman El Obispo, un oscuro mafioso que sirve a Brubaker como elemento mediador en la introducción de una componente que comenzaba a intuirse pero no terminará de explotar hasta bien avanzada la trama; la sobrenatural.

Sectarios encapuchados y un demonio ataviado de hombre serán los elementos que el escritor utilice para reinventarse y no caer en los mismos esquemas argumentales que, hasta el momento, hemos podido leerle en Criminal. Y al contrario de lo que podría parecer, el buen hacer del escritor y su absoluto control sobre lo que funciona o no en una historia llevada a viñetas, provocan no sólo el desmedido interés de un lector que se bebe las páginas con ansia, si no el desarrollo de un relato en el que, como no podía ser de otra manera, todo funciona a las mil maravillas, sin que puedan achacárseles ni a Brubaker ni a Phillips (que, de nuevo, vuelve a servir de perfecto contrapunto a lo que el guión requiere, dando con la clave en lo que a la caracterización de personajes y diferentes tiempos se refiere) ningún tipo de vicios ocultos ni defectos visibles, salvo, quizás, una cierta premura en finalizar un primer volumen que podría haberse extendido uno o dos números más sin que ello hubiera afectado al ritmo de la narración.

Pero, como digo, esto es un mal menor entre tanto derroche de talento y este primer arco argumental de la serie es un comienzo inmejorable para una cabecera que, esperemos, se mantenga durante mucho tiempo.

Sergio Benítez (VIII)

viernes, 11 de mayo de 2012

ULTIMATE COMICS: SPIDER-MAN

Guión: Brian Michael Bendis

Dibujo: Sara Pichelli, Chris Samnee & David Márquez

Editorial: Marvel

Formato: Comic Book. 32 Páginas

Precio: $3.99

Calificación: 9.5/10

Aunque mi intención es centrar la atención de esta reseña en la nueva encarnación del Spider-man en el Universo Ultimate, es imposible hacerlo sin realizar primero un pequeño (o gran, a ver que termina saliendo) repaso a lo que este brillante proyecto de Brian Michael Bendis ha dado desde que comenzara su andadura a principios de siglo. Así que abrochénse los cinturones, pongan sus asientos en posición vertical y recojan su bandeja, porque vamos a empezar volando doce años en el pasado.

La historia, resumida o no, es más que conocida por todos: Joe Quesada y el infame Bill Jemas (¿dónde habrá ido a parar este singular personaje?), queriendo captar a toda una nueva generación de lectores a los que la dichosa continuidad echaba para atrás, se sacan de la manga el Universo Ultimate; versiones actualizadas de los personajes de siempre que, arrancando desde cero, planteen una apertura de negocio como la que se había vivido a principios de los sesenta de la mano de Stan Lee, Jack Kirby y Steve Ditko. Dicho y hecho, las tres primeras series del nuevo universo son un triunfo total en ventas, y las críticas alaban tanto la inventiva de Bendis a la hora de dar con nuevas y frescas fórmulas para con la encarnación de Peter Parker, como la brillantez y maestría de Millar (y Hitch) para reinventar el género superhéroico y regalarnos con esa obra maestra que es Ultimates. Menos laureadas son, no obstante, Ultimate X-Men (el abuso que se había hecho de los mutantes durante los ochenta y los noventa había dejado agotadas todas las posibles visiones que acerca de los hombres X se pudieran hacer); Ultimate Fantastic Four, que nunca termina de cuajar y parece más bien un cajón de sastre al que van a parar todas las ideas que se deshechan para la serie tradicional y, obviamente, todas las miniseries que van trufando la singladura de este joven experimento en sus primeros años de vida (¿alguien se acuerda del Ultimate Daredevil & Elektra que dibujó Larroca?).

Pero no nos vayamos por las ramas (habría muchísimo que hablar acerca de la validez a largo plazo de una idea que, transcurridos un par de años deja de tener sentido) y centrémonos en el feudo de Bendis que es Ultimate Spider-man. Como decíamos, desde un primer momento el escritor norteamericano establece de forma clara lo que será el rumbo de la serie: una constante reinvención de las claves que han ido marcando la historiografía de Peter Parker en el Universo Marvel tradicional actualizadas para el s.XXI. Y eso es algo que se observa desde el primer número, con un Bendis que, dejándose de rodeos, comienza presentando a Norman Osborn como directo responsable de la creación de la araña que picará a nuestro simpático vecino y que, tras introducir a (casi) todos los personajes principales de la vida del trepamuros, termina con una página que es la esencia misma de la frescura con la que Bendis caracterizará (y sigue caracterizando) a la serie: Peter, colgado boca abajo del techo de su habitación y un único bocadillo de diálogo con un genial "Cool!". No se puede decir más con menos.

A partir de ahí, y durante los ciento treinta y tres números que durará este primer volumen, Bendis somete al personaje a todo tipo de aventuras, tanto contra los malos malosos de siempre en nuevas versiones, como en lo que a su vida personal se refiere, teniendo nuestro héroe que decidir en un momento dado entre el amor de Mary Jane y la relación que comenzará a mantener con Kitty Pride (sí, Gatasombra, ¿no es un giro inesperado?). En el transcurso de todo ello, Bendis nunca perderá de vista ir haciendo evolucionar el carácter de alocado adolescente que Peter tiene al principio de la serie, llevando al lector de la mano por unos años que muchos ya habíamos dejado bastante atrás y reflejando de forma bastante fiel lo que supone ser joven en la sociedad actual. Y a su lado, durante 110 números ininterrumpidos....digámoslo de nuevo, 110 números ininterrumpidos, un Mark Bagley que saca partido de sus muchas carencias para dar el callo mes a mes y componer una obra que, sin él, no habría sido la misma. 

Acusando un comprensible cansancio tras tan prolongada andadura, Bagley dirá adiós a la serie en el número 110, introduciendo las últimas páginas de dicho ejemplar al que será nuevo dibujante durante los veintitrés que separan a Ultimate Spider-man del final de su primer volumen: Stuart Immonen. Obviamente, los lectores somos los más favorecidos con el cambio, y en los dos años que el artista está a los lápices de la serie, esta gana muchísimos enteros. Y entonces llega Ultimatum. Y todo vuelve a cambiar.

Aprovechando la inundación de Nueva York por parte de Magneto (con un número 133 sin diálogos realmente magistral y sobrecogedor), Bendis decide cerrar el primer volumen de la serie y abrir el segundo. El cambio más radical, más allá del título, que pasa de Ultimate Spider-man a Ultimate Comics: Spider-man, es el del dibujante. En los dos años que Immonen ha estado a los lápices de la colección, se ha convertido en una estrella y Marvel le llama para asuntos más serios (los New Avengers primero, Fear Itself, después) y se necesita un dibujante que prosiga aportando el frescor que sus dos artistas anteriores habían conseguido. Y el elegido es David Lafuente, un neófito que, en poco tiempo, se convertirá en un fan favourite, ayudando a Bendis a seguir manteniendo el interés por una serie que, sin que nadie lo sepa, está llamada a revolucionar todo el corpus central del Universo Ultimate.

Y es que la Marvel, viendo que el invento se les está yendo de las manos, decide hacer tabula rasa y para ello, están dispuestos a utilizar a Peter como catalizador de todo lo que supondrá el reinicio del Universo Ultimate. (MINIMOS SPOILER) Sin querer revelar mucho de lo que sucede, dejémoslo en que, tras unos acontecimientos que se precipitan de forma vertiginosa, Peter Parker muere, y con él, todo un mundo que enmudece por el obligado luto. Es indudable que el legado del Spider-man original se seguirá sintiendo durante muchísimo tiempo (y quién sabe si algún día se recurrirá al manido recurso de devolverlo a la vida) pero, por el momento, es hora de hacer borrón y cuenta nueva, que aquí, en realidad, no ha pasado nada. (FIN de SPOILER) Y sí, al final me ha quedado esto un poquito largo, lo siento.

Con un proyecto nuevo que le permite aún más libertad que la que ya había gozado en los casi ciento sesenta números anteriores, Bendis se encuentra ante un papel en blanco que llenar con lo que le plazca. Y es cuando entra en escena Miles Morales, un adolescente negro que, por un avatar del destino (su tío, un ladrón profesional, robó una araña geneticamente modificada de casa de Norman Osborn que terminará picándole) adquiere poderes similares a los que tenía Peter; con dos diferencias con respecto a aquellos, Miles es capaz de volverse invisible, y tiene una especie de ataque aguijón que inmoviliza a aquel contra quien lo utilice. 

Pero más allá de las sutiles diferencias, donde esta nueva andadura de la serie demuestra su valía es en la interminable capacidad de su guionista para seguir ofreciendo un producto que sorprende mes a mes, que hace que su contrapartida del universo tradicional palidezca en la comparación y que sigue captando, me atrevería a decir que como no lo hace ningún otro cómic, aquello que hace que los adolescentes sean esos inseguros proyectos de adultos que se mueven más por impulsos que dejándose llevar por el raciocinio. Y Miles no va a ser una excepción. Dotado de singular voz propia desde la primera viñeta en la que aparece, el nuevo Spider-man no lo tendrá fácil para salir adelante ni como superhéroe, ya sea por la inamovible y crítica posición de su padre en contra de los hombres y mujeres enmascarados, ya por la presencia de un tío que va a dar muchísimo juego en un futuro muy próximo, ni como adolescente, por los problemas normales asociados a esta crucial etapa de la vida.

Decía que la valía de este nuevo Ultimate Spider-man queda demostrada (y de qué manera) en la soberbia labor de Bendis; pero valorar sólo al guionista sería dejar de lado el otro fuerte de la colección, su aspecto gráfico. Quedénse con estos tres nombres porque van a dar mucho que hablar: Sara Pichelli, Chris Samnee y David Márquez. A la primera ya la habíamos visto en algún fill-in del segundo volumen de la serie, y aquí eclosiona en toda su fuerza con un estilo de dibujo que deja atónito a cada nueva página. Samnee también había dibujado algún número de relleno de la anterior etapa, así como en títulos tan dispares como el Sheperd's Tale de Serenity, el Area 10 de Vertigo Crime (publicado aquí por Panini Noir) o el Thor: the Mighty Avenger, pero los dos números que dibuja aquí son de lo mejor que ha hecho hasta la fecha. Y, por último, el tercero en discordia, David Marquez, un londinense de nacimiento y residente en Austin que, tras haber participado, por ejemplo, en el equipo de animación que creó ese bodrio llamado A Scanner Darkly (aquella cinta rotoanimada dirigida por Richard Linklater que no había quien se la tragara), saltó al mundo del cómic para llegar, en el número nueve, a un Ultimate Spider-man que se beneficia sobremanera de su increíble talento.

Quizás en otro momento comentemos por estas líneas los Ultimate X-Men (que hasta ahora son poco más que correctos) o los Ultimates, con los que Hickman está jugando a placer, dando mes a mes con un título que, no pudiéndose comparar con lo que Millar logró en los dos volúmenes originales, resulta un producto más que digno; pero por ahora quedénse con una idea mjuy clara, que Ultimate Spider-man es uno de los diez mejores títulos de superhéroes que se pueden leer en la actualidad. Nuff' said!!!!!!

Sergio Benítez (VII)

lunes, 7 de mayo de 2012

AMERICAN VAMPIRE

Guión: Scott Snyder

Dibujo: Rafael Albuquerque y otros

Editorial: DC

Formato: Comic book. 32 páginas

Precio: $3.99

Calificación: 9/10


Con una DC tremendamente alicaida desde la aparición de esas 52 nuevas series de las que tanto y tan mal se ha hablado desde Septiembre (y con razón, porque vaya el lamentable nivel que se gastan cuarenta y ocho o cuarenta y nueve de las cabeceras); al lector de siempre de la casa de Superman y Batman le han dejado muy pocas opciones. O sigue matando neuronas a mansalva con las idioteces que se publican mes a mes en el seno de la otrora gran editorial (de nuevo, en las 52); o se muda a Marvel (una opción que seguro le reportará bastantes alegrías dada la época de bonanza que vive La Casa de las Ideas desde hace unos años); o, para no cambiarse de chaqueta de forma tan radical, centra sus miras en Vertigo, una opción esta última que, aplicada a la colección que hoy nos ocupa, se convierte en imprescindible.

Niño mimado de la editorial gracias precisamente a su trabajo en esta American Vampire, Scott Snyder ha pasado en muy poco tiempo de ser un perfecto desconocido a convertirse en un guionista todoterreno que, para colmo, es el responsable de dos de esas cuatro series que vale la pena salvar de la quema de las nuevas 52. Me refiero, cómo no, a Batman y Swamp Thing. Con la primera, y ayudado de forma espléndida por Greg Capullo, Snyder ha dado en el clavo desde el primer número utilizando sus mejores artes narrativas para intentar renovar a tan vetusto personaje y siendo artífice incluso del actual Night of the Owls, el crossover que implica a las series del hombre murciélago. Pero donde Snyder realmente se la ha jugado es con Swamp Thing. Más que nada porque estaba claro que las comparaciones con la etapa de Alan Moore (el eterno referente a la hora de hablar de la Cosa del Pantano) iban a ser inevitables. Y aún habiéndose dado, el resultado de tan desigual combate no es para nada como se habría podido esperar, consiguiendo Snyder junto a un Yanick Paquette digno heredero del mejor Bisette, una serie tremendamente interesante que sabe como reciclar muchas de las ideas de Moore adaptándolas a los tiempos que corren.

Volviendo a American Vampire, cuando Snyder inicia la serie hace un par de años, lo hace de la mano de un padrino inigualable, un Stephen King que, junto al guionista, concreta la idea de arranque de la serie: narrar la historia del primer vampiro 100% norteamericano. Compartiendo con Snyder los créditos de guión de los cinco primeros números, el escritor de Maine centra sus primeros esfuerzos en un guión de cómic en firmar el relato del origen de Skinner Sweet, un ser cruento y salvaje cuyo indudable encanto gana al lector en muy pocas páginas aunque, siendo honestos, el trabajo de King quede muy por debajo de lo que Snyder concreta en el cuerpo principal de esos cinco primeros números en los que se nos presentara a Pearl Jones, la típica joven con sueños de fama en el Hollywood de los años 20 que terminará siendo convertida en una chupasangres muy particular. Ahora bien, si el descubrimiento de la serie en lo que respecta a guión es de gran calado, la parte gráfica no le va a la zaga, con un Rafael Albuquerque brillante que adorna de manera inmejorable los guiones de Snyder.

Para cuando American Vampire alcanza su número seis, la serie ya es alabada por doquier y Snyder, consciente de ello, cambia de rumbo para abandonar a Pearl momentáneamente y seguir a Cash MacCogan, jefe de policía en unas Vegas que Sweet pretende convertir en su nuevo feudo. Con el trabajo de Albuquerque al mismo nivel, Snyder concreta un arco argumental de cuatro números magníficos que dan paso a dos de transición que, dibujados por un Mateus Santolouco que no está a la altura de las circunstancias y se limita a intentar imitar el estilo del brasileño, nos devuelven a Pearl y Henry (los protagonistas de los seis primeros números) y sus intentos por llevar una vida "normal".

Y si hasta entonces la serie ya se ha elevado por méritos propios como lo mejor que Vertigo publica mes a mes junto a Scalped y Unwritten, lo que queda por venir es, sencillamente, espectacular. Consciente de que lo que tiene entre manos no debe ser desaprovechado, y poniendo en jaque toda su maquinaria, DC aprovecha el tirón de American Vampire para proponer a Snyder la escritura de una miniserie al margen de la central. Y así es como ve la luz Survival of the Fittest, cinco números que siguen a Felicia Book (una cazavampiros presentada en los números 6 al 9 de la serie) y Cash MacCogan en una aventura en Europa contra vampiros nazis. Dibujada con increíble talento por Sean Murphy (el responsable de la espléndida Joe the Barbarian), Survival of the Fittest podría haberse convertido por méritos propios en la mejor historia de la serie sino fuera porque, al tiempo que se publican sus cinco números, Snyder se saca de la manga en la cabecera principal el que es, hasta el momento, el mejor arco argumental. Recuperando a Pearl, Henry y, sobre todo, a un Skinner Sweet desatado, el guionista, con Alburquerque a su lado, nos traslada a otro campo de la Segunda Guerra Mundial, el del Pacífico, narrando una historia soberbia con un final de esos que dejan atónitos al lector y que, de forma muy inteligente, le sirve para poner un excelente punto y aparte en el desarrollo de la serie.

Con ello en mente, Snyder detiene momentáneamente el avance cronológico de la acción que hasta entonces hemos visto (el primer arco tiene lugar en los años veinte, el segundo en los treinta y el tercero en la década de los cuarenta) para ir hacia atrás en el tiempo y, en clave de western, arrojar luz sobre como Skinner Sweet se convirtió en vampiro. Con un guión que sigue sorprendiendo a cada nueva entrega, la sorpresa de los tres números en los que se desarrolla Beast of the Cave recae en esta ocasión en el dibujante elegido para la ocasión, ni más ni menos que el gran Jordi Bernet. Y poco más hay que añadir que el nombre de nuestro compatriota no deje ya implícito.

Y de la mano del dibujante de Torpedo nos metemos en el 2012, volviendo la serie a su cauce habitual y trasladándonos Snyder a los años 50 de la mano de un cazavampiros con chupa de cuero y peinado a lo Elvis que, esperemos, dará mucho de sí en un futuro de una serie que, hasta la fecha, no ha conocido bajón alguno en su calidad. Algo que se puede comprobar en el último número aparecido hasta la fecha (el 27), un ejemplar que abre nuevo arco argumental y que cuenta con dibujo de un Roger Cruz completamente mutado con respecto a lo que uno recordaba de su estilo a lo "Madureira". Detalle éste que no hace sino redundar en la sobresaliente apreciación que deja, mes tras mes, la lectura de American Vampire.

Sergio Benítez (VI)