Dibujo: Carlos Giménez
Editorial: Glénat
Formato: Álbum Cartoné. 48 Páginas
Precio: 11.95€
Calificación: 10/10
A este ritmo, me parece que muy pronto me voy a ver abocado a dos opciones cada vez que termine de leer una obra del insigne Carlos Giménez: o decido dejar de recomicdarlas y me guardo mis opiniones, o caigo en la más absolutas de las monotonías a la hora de valorar el trabajo del autor español. Y es que todavía está por aparecer un tebeo del artista que sea valorado por un servidor por debajo del nueve: qué voy a decir de Paracuellos sino es calificarla de magistral (y lo sé, no está recomicdada, pero eso no quita para que me la leyera hace tiempo); y para qué voy a recordar lo que en su momento comenté sobre 36-39 Malos Tiempos o Romances de Andar por Casa, si vosotros mismos podéis comprobar hasta que punto me parecieron excelsos ambos títulos. Y como no hay dos sin tres (ni parece que vaya a haber tres sin cuatro, ni cuatro sin cinco, ni....bueno, ya os hacéis una idea) ahora le toca el turno a Koolau el Leproso, una asombrosa adaptación del relato de Jack London en el que Giménez se aleja del tono costumbrista y/o autobiográfico en el que se enmarcan la gran mayoría de sus obras para ofrecernos un cómic de aventuras visto bajo su personal prisma.
Para aquellos que crean que lo que van a encontrarse aquí son aventuras éxoticas en un paraje paradísiaco (al fin y al cabo la acción se desarrolla en un lugar indeterminado de la Polinesia) con un protagonista que lucha contra malvados enemigos que se vaya olvidando. En Koolau no hay exotismo (bueno, un poco sí, pero tal y como aparece a uno se le encoge el corazón) y si grandes dosis de un realismo doloroso, de ese al que es imposible escapar una vez se ha comenzado la lectura. Tampoco hay parajes cálidos con cocoteros y aguas cristalinas, sino la frialdad desnuda y escarpada de las montañas donde se hacinan el protagonista y sus congéneres, todos afectados por la terrible enfermedad a la que hace referencia el título. Su protagonista no lucha contra el mal, al menos no directamente, sino que, en su constante batalla por la libertad, se debe enfrentar a las hordas anónimas de un enemigo invisible que quiere echarlo de las tierras donde nació, creció y una vez fue feliz. Unas fuerzas que Giménez nos retrata con un humanismo sublime al que no queda más remedio que rendirse de forma incondicional cuando uno ve como detrás de cada fusil y de cada disparo hay un ser humano que "sólo cumple órdenes" pero que, al igual que Koolau "tiene una familia e hijos".
La brutalidad descarnada con la que Giménez afronta la fiel adaptación del relato de London casi resulta consecuencia lógica de el las cuatro obras que predecieron en el tiempo a Koolau: Hom, Paracuellos, España Una Grande y Libre y Barrio, títulos todos en los que el autor por fin podía dar rienda suelta a su ideario político contra el franquismo al que el presente cómic, en su constante discurso por la libertad del individuo a toda costa por encima de cualquier otra consideración posible, no es ajeno en absoluto.
Pero hay mucho más que extraer de esta fascinante y soberbia lectura que Giménez vuelve a engalanar con un trazo fabuloso, en el que la estructura narrativa es manejada a placer para pasar de la viñeta a la total descomposición de la misma en tan sólo dos páginas (y en este sentido son soberbias aquellas dedicadas a las secuencias de acción, unas planchas que directamente quitan el hipo). Recursos estílisticos como provocar la constante e inevitable identificación del lector con el antihéroe o la desaparición de los textos de apoyo, se unen a otros visuales como las composiciones en las que varias viñetas conforman un mismo elemento del paisaje, la desnudez de éste (que provoca un dolor aún mayor cuando Koolau rememora su pasado), las apariciones de la luna, asociadas siempre al personaje, o esos poéticas aves cuyo vuelo arranca en el recuerdo para llegar al presente son sólo algunos de los muchos que podemos encontrar comprimidos en cuarenta y ocho páginas de auténtico genio. Mucho más habría que decir de Koolau, un cómic que demuestra una vez más que en Giménez, guión y dibujo son un ente tan indivisible como vida y muerte. Una comparación que a la luz de la historia del cómic resulta más que adecuada, como adecuado es volver a insistir (y no me cansaré de hacerlo) en el GENIO sin paliativos que es nuestro Carlos Giménez.
Para aquellos que crean que lo que van a encontrarse aquí son aventuras éxoticas en un paraje paradísiaco (al fin y al cabo la acción se desarrolla en un lugar indeterminado de la Polinesia) con un protagonista que lucha contra malvados enemigos que se vaya olvidando. En Koolau no hay exotismo (bueno, un poco sí, pero tal y como aparece a uno se le encoge el corazón) y si grandes dosis de un realismo doloroso, de ese al que es imposible escapar una vez se ha comenzado la lectura. Tampoco hay parajes cálidos con cocoteros y aguas cristalinas, sino la frialdad desnuda y escarpada de las montañas donde se hacinan el protagonista y sus congéneres, todos afectados por la terrible enfermedad a la que hace referencia el título. Su protagonista no lucha contra el mal, al menos no directamente, sino que, en su constante batalla por la libertad, se debe enfrentar a las hordas anónimas de un enemigo invisible que quiere echarlo de las tierras donde nació, creció y una vez fue feliz. Unas fuerzas que Giménez nos retrata con un humanismo sublime al que no queda más remedio que rendirse de forma incondicional cuando uno ve como detrás de cada fusil y de cada disparo hay un ser humano que "sólo cumple órdenes" pero que, al igual que Koolau "tiene una familia e hijos".
La brutalidad descarnada con la que Giménez afronta la fiel adaptación del relato de London casi resulta consecuencia lógica de el las cuatro obras que predecieron en el tiempo a Koolau: Hom, Paracuellos, España Una Grande y Libre y Barrio, títulos todos en los que el autor por fin podía dar rienda suelta a su ideario político contra el franquismo al que el presente cómic, en su constante discurso por la libertad del individuo a toda costa por encima de cualquier otra consideración posible, no es ajeno en absoluto.
Pero hay mucho más que extraer de esta fascinante y soberbia lectura que Giménez vuelve a engalanar con un trazo fabuloso, en el que la estructura narrativa es manejada a placer para pasar de la viñeta a la total descomposición de la misma en tan sólo dos páginas (y en este sentido son soberbias aquellas dedicadas a las secuencias de acción, unas planchas que directamente quitan el hipo). Recursos estílisticos como provocar la constante e inevitable identificación del lector con el antihéroe o la desaparición de los textos de apoyo, se unen a otros visuales como las composiciones en las que varias viñetas conforman un mismo elemento del paisaje, la desnudez de éste (que provoca un dolor aún mayor cuando Koolau rememora su pasado), las apariciones de la luna, asociadas siempre al personaje, o esos poéticas aves cuyo vuelo arranca en el recuerdo para llegar al presente son sólo algunos de los muchos que podemos encontrar comprimidos en cuarenta y ocho páginas de auténtico genio. Mucho más habría que decir de Koolau, un cómic que demuestra una vez más que en Giménez, guión y dibujo son un ente tan indivisible como vida y muerte. Una comparación que a la luz de la historia del cómic resulta más que adecuada, como adecuado es volver a insistir (y no me cansaré de hacerlo) en el GENIO sin paliativos que es nuestro Carlos Giménez.
Sergio Benítez (352)
3 comentarios:
Fantástico comic lo tengo, justo el viernes me compré la edición que han sacado de Paracuellos en un único tomo por 17,90 €
Sau2
Es curioso como para las nuevas generaciones, en las que me incluyo por la edad, Gimenez era practicamente desconocido hasta que Glenat empezó a reeditar su Paracuellos a finales de los 90.
Todavía recuerdo la insistencia de Vicente (que en paz descanse) de la librería Totem de Córdoba, gran amante y estudioso del Capitan Trueno, para que le "metiese mano" al Paracuellos de Ediciones De la Torre algún año antes. Al final lo consiguio, afortunadamente para mi, porque fue un impacto su lectura. A partir de ahí empezó una caza y captura de todo lo que oliese a Carlos Gimenez.
Creo que Paracuellos no debería de faltar en ninguna biblioteca, sea o no de tebeos, al lado de los tintines.
Perdonad que me haya extendido tanto, pero es que Gimenez me puede.
Saludos.
Oscar.
Absolutamente de acuerdo contigo Sergio. Kooalu el leproso es un pequeña obra de arte. Hace poco se lo regale a un amigo que me reconocio lo bueno que era.
Y Paracuellos son ya palabras mayores, me atrevería a decir que es la cumbre del comic patrio.
Saludos.
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