Editorial: Glenat
Formato: Libro Cartoné. 312 Páginas
Precio: 10€
Calificación: 5/10
Dar una calificación de cinco a una obra de Tezuka es, probablemente, estar pidiendo a gritos que me tilden como poco de iconoclasta. Hacerlo para colmo con una de las que forman parte de su trilogía de Ciencia Ficción (que se completa con Lost World y Metrópolis) es casi un suicidio. No voy a ser yo el que niegue las inherentes facultades de Tezuka para narrar con pasmosa facilidad lo que se le ponga por delante. Ni tampoco pretendo destronar al Dios del Manga del puesto que se le otorgo merecidísimamente. Pero tampoco puedo pecar de freak y otorgar mayor calificación a una obra que, a mi humilde parecer, no merece las loas que sobre ella se vierten.
Coincidió que pocos días antes de acometer la lectura de Next World había tenido que repasar Metrópolis para el programa de televisión local en el que participo (si hay alguien de San Roque, en la provincia de Cádiz, sabrá de cuál hablo). El caso es que vista hoy, ochenta años después de su estreno, Metrópolis conserva intactas algunas de las cualidades que la convirtieron en objeto de culto con el paso de los años, por más que muchos intelectuales coetáneos a la época (entre los que se encontraban H.G.Wells o Buñuel) no vieran en ella todo lo que después se ha podido extraer de la cinta de Fritz Lang. Entre las que ha ido perdiendo, y sin querer entrar en lo afectado de sus interpretaciones o la inocente simpleza de su mensaje, está la claridad narrativa. Cierto es que nunca podremos ver la cinta tal y como Lang la concibió, pero incluso con lo que hay nos podemos hacer una idea bastante aproximada de lo confusa que, por momentos, resulta la película.
Algo así ocurre con Next World, un cómic que podría asimilarse a una simple comparación: Walt Disney interpretando el Metrópolis de Lang. Tengamos en cuenta que la fecha de publicación original de este manga es 1951 (cuando Tezuka contaba sólo con 23 años) y la influencia de los todopoderosos estudios sobre el autor nipón es todavía muy notable (nótese al respecto la anecdótica aparición de un cartel publicitario de Cenicienta en la página 132), sobre todo si como origen de esta tomamos las Silly Symphonies, aquellos cortos que sirvieron a Disney para experimentar nuevas técnicas en el campo de la animación.
Pero si las similitudes del dibujo de Tezuka con Disney aportan un gratificante efecto al resultado de la obra, es en el parecido con la labor de Lang (y su esposa) a los guiones donde Next World encuentra su Talón de Aquiles. Así como la versión que ha llegado de Metrópolis a nuestros días es incompleta, también lo es este Next World, del que el autor tuvo que eliminar unas cuatrocientas páginas para reducirlo de las setecientas iniciales a las trescientas que finalmente vieron la luz. Este recorte se nota a distancia cuando uno comienza a tener que hacer esfuerzos denodados por no perderse en una lectura fragmentada y con poca coherencia que acusa en exceso la época en la que está escrita (las referencias al temor por lo que la bomba atómica podría causar son un tópico habitual en la literatura y cine posterior a la Segunda Guerra Mundial).
Aquellos que ya estén rasgándose las vestiduras ante el sacrilegio que he cometido por criticar a Tezuka, que estén tranquilos, en poco tiempo podrán leer en este mismo espacio virtual la reseña de Adolf, con la que prometo expiar mis pecados. Mientras tanto vilipendien a un servidor si así lo desean, me acojo a esa libertad de expresión que tan prostituida está en estos días.
Coincidió que pocos días antes de acometer la lectura de Next World había tenido que repasar Metrópolis para el programa de televisión local en el que participo (si hay alguien de San Roque, en la provincia de Cádiz, sabrá de cuál hablo). El caso es que vista hoy, ochenta años después de su estreno, Metrópolis conserva intactas algunas de las cualidades que la convirtieron en objeto de culto con el paso de los años, por más que muchos intelectuales coetáneos a la época (entre los que se encontraban H.G.Wells o Buñuel) no vieran en ella todo lo que después se ha podido extraer de la cinta de Fritz Lang. Entre las que ha ido perdiendo, y sin querer entrar en lo afectado de sus interpretaciones o la inocente simpleza de su mensaje, está la claridad narrativa. Cierto es que nunca podremos ver la cinta tal y como Lang la concibió, pero incluso con lo que hay nos podemos hacer una idea bastante aproximada de lo confusa que, por momentos, resulta la película.
Algo así ocurre con Next World, un cómic que podría asimilarse a una simple comparación: Walt Disney interpretando el Metrópolis de Lang. Tengamos en cuenta que la fecha de publicación original de este manga es 1951 (cuando Tezuka contaba sólo con 23 años) y la influencia de los todopoderosos estudios sobre el autor nipón es todavía muy notable (nótese al respecto la anecdótica aparición de un cartel publicitario de Cenicienta en la página 132), sobre todo si como origen de esta tomamos las Silly Symphonies, aquellos cortos que sirvieron a Disney para experimentar nuevas técnicas en el campo de la animación.
Pero si las similitudes del dibujo de Tezuka con Disney aportan un gratificante efecto al resultado de la obra, es en el parecido con la labor de Lang (y su esposa) a los guiones donde Next World encuentra su Talón de Aquiles. Así como la versión que ha llegado de Metrópolis a nuestros días es incompleta, también lo es este Next World, del que el autor tuvo que eliminar unas cuatrocientas páginas para reducirlo de las setecientas iniciales a las trescientas que finalmente vieron la luz. Este recorte se nota a distancia cuando uno comienza a tener que hacer esfuerzos denodados por no perderse en una lectura fragmentada y con poca coherencia que acusa en exceso la época en la que está escrita (las referencias al temor por lo que la bomba atómica podría causar son un tópico habitual en la literatura y cine posterior a la Segunda Guerra Mundial).
Aquellos que ya estén rasgándose las vestiduras ante el sacrilegio que he cometido por criticar a Tezuka, que estén tranquilos, en poco tiempo podrán leer en este mismo espacio virtual la reseña de Adolf, con la que prometo expiar mis pecados. Mientras tanto vilipendien a un servidor si así lo desean, me acojo a esa libertad de expresión que tan prostituida está en estos días.
Sergio Benítez (17)
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