Dibujo: Nacho Casanova
Editorial: Ediciones de Ponent
Formato: Libro Rústica. 133 Páginas
Precio: 15€
Calificación: 6.5/10
¡Ah, los recuerdos de la infancia!. Aquellos días de colegio en los que las horas pasaban volando mientras estudiabas casi por inercia deseando terminar para jugar con los Madelman o los Clicks de Famobil. Aquellos días de verano en los que uno se reencontraba con sus amigos estivales y deseaba, ante todo, que las tardes nunca tuvieran fin, entre juegos de policías y ladrones, escondites, o balón prisionero.
Jugar a recordar todo eso siempre entraña sus riesgos, sobre todo cuando, ya siendo adulto, descubres al recordar que muchas veces no todo era tan bucólico como nos hemos esforzado en pintarnos a lo largo de nuestro crecimiento. Jugar a escribir un cómic que se basa principalmente en los recuerdos fragmentados de una niñez que tuvo lugar hace más de treinta años, y hacerlo además intentando reconstruir ésta a través de fotografías dispersas, es toda una hazaña. Que además el cómic sea de carácter universal, dando igual que su autor sea francés, con todas las diferencias culturales que ello implica, es digno de alabanza.
El problema es que, al margen de la forma tan simple, directa y honesta con la que Stygry se dirige al lector y que es la que aporta ese sentido de universalidad, la narración fragmentada no ayuda a que la empatía hacia él (o al menos hacia su "él" de pocos años) se consiga al cien por cien, sobre todo cuando ésta vira hacia temas muy personales, como cuando plasma la manera en la que vivió la separación de sus padres. Ello termina jugando bastante en contra de un tebeo que se inicia de forma inocente, casi casual, con Titú (su apodo de infante) jugando a andar por encima de una de las líneas que delimitan el campo de fútbol de su colegio (¿quién no lo ha hecho de pequeño?) y que, acto seguido, comienza a forjar, página tras página, ese carácter desestructurado del que antes hablaba. Así, a lo largo de las ciento treinta y tres páginas que componen el volumen, y aunque el guionista hace el esfuerzo consciente de presentar las anécdotas en orden cronológico, uno no puede evitar una normal sensación de pérdida, ya que nuestras neuronas intentan hilar los saltos temporales con suposiciones que, probablemente, son de todo punto incorrectas.
En la parte gráfica Nacho Casanova cumple sin estridencias con un dibujo de trazo suelto y desenfadado que sabe cómo caracterizar a los personajes y ser solvente al mismo tiempo en la fluidez narrativa, siendo especialmente destacables del conjunto las páginas dedicadas a una pesadilla recurrente del guionista, en las que el español trastoca el orden "natural" de tinta sobre papel blanco para, con el lienzo en negro, insinuar con tinta blanca lo que acechaba a Stygryt por las noches, esas noches que nunca eran lo suficientemente cortas como para permitir que toda nuestra infancia fuera un juego continuo.
Jugar a recordar todo eso siempre entraña sus riesgos, sobre todo cuando, ya siendo adulto, descubres al recordar que muchas veces no todo era tan bucólico como nos hemos esforzado en pintarnos a lo largo de nuestro crecimiento. Jugar a escribir un cómic que se basa principalmente en los recuerdos fragmentados de una niñez que tuvo lugar hace más de treinta años, y hacerlo además intentando reconstruir ésta a través de fotografías dispersas, es toda una hazaña. Que además el cómic sea de carácter universal, dando igual que su autor sea francés, con todas las diferencias culturales que ello implica, es digno de alabanza.
El problema es que, al margen de la forma tan simple, directa y honesta con la que Stygry se dirige al lector y que es la que aporta ese sentido de universalidad, la narración fragmentada no ayuda a que la empatía hacia él (o al menos hacia su "él" de pocos años) se consiga al cien por cien, sobre todo cuando ésta vira hacia temas muy personales, como cuando plasma la manera en la que vivió la separación de sus padres. Ello termina jugando bastante en contra de un tebeo que se inicia de forma inocente, casi casual, con Titú (su apodo de infante) jugando a andar por encima de una de las líneas que delimitan el campo de fútbol de su colegio (¿quién no lo ha hecho de pequeño?) y que, acto seguido, comienza a forjar, página tras página, ese carácter desestructurado del que antes hablaba. Así, a lo largo de las ciento treinta y tres páginas que componen el volumen, y aunque el guionista hace el esfuerzo consciente de presentar las anécdotas en orden cronológico, uno no puede evitar una normal sensación de pérdida, ya que nuestras neuronas intentan hilar los saltos temporales con suposiciones que, probablemente, son de todo punto incorrectas.
En la parte gráfica Nacho Casanova cumple sin estridencias con un dibujo de trazo suelto y desenfadado que sabe cómo caracterizar a los personajes y ser solvente al mismo tiempo en la fluidez narrativa, siendo especialmente destacables del conjunto las páginas dedicadas a una pesadilla recurrente del guionista, en las que el español trastoca el orden "natural" de tinta sobre papel blanco para, con el lienzo en negro, insinuar con tinta blanca lo que acechaba a Stygryt por las noches, esas noches que nunca eran lo suficientemente cortas como para permitir que toda nuestra infancia fuera un juego continuo.
Sergio Benítez (189)
2 comentarios:
Gran reseña, jefe!! Casi podía ver esos recuerdos de la infancia de los que hablabas...
Pero, en serio, la primera vez que he oido hablar del cómic, de los autores, y casi, casi, de la editorial... ja, ja.
Un abrazo
Jejejejejeje.
Pues qué quieres que te diga...que tienes que ir acostumbrándote a estas editoriales "raras,raras,raras" ;).
Ahora en serio, bueno no, que es muy temprano y el humor viene bien para despejarse...¿qué iba a decirte?. ¡Ah, sí! que hoy te has adelantado al que llevaba tiempo siendo primer comentarista oficial del blog...¿Nachoooo?, ¿estás por ahííí?
Saludetes,
Sergio
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