Dibujo: Posy Simmonds
Editorial: sins entido
Formato: Libro Cartoné. 136 Páginas
Precio: 22€
Calificación: 9/10
Si alguien me llega a decir hace unos años que el slice of life iba a convertirse en uno de mis géneros comiqueros favoritos...
Tal y como comentaba ayer en la recomicdación de El Arte de Volar, había sendas novedades del Salón que D. Álvaro Pons consideraba como aquellas que se ceñían a la expresión "sólo pueden quedar dos". El tebeo de Altarriba y Kim era uno, Tamara Drewe, la obra publicada por Posy Simmonds en la sección Review de los sábados del periódico británico The Guardian que ha conseguido alzarse con dos premios tan sumamente importantes como el de la Crítica de ACBD al mejor álbum publicado en Francia durante el 2008 y el Esencial de Angouleme, el otro. Tantas alabanzas y premios, unidos a la normal curiosidad que ambos habían provocado en un servidor hacían de este volumen una de las compras obligadas del evento comiquero barcelonés.
Y lo cierto es que en esta ocasión todo lo que se ha dicho sobre el trabajo de la autora británica ha sido totalmente justificado. Para empezar, y resumiendo mucho lo que a continuación pasaré a comentar de forma más exhaustiva, Tamara Drewe es una obra apasionante, intensa, que atrapa en la primera página y no te suelta hasta el final, un virtuoso ejercicio en metalenguaje visual que se devora con fruición y que deja una inmejorable sensación en el lector.
Para conseguirlo, Simmonds no echa mano de historias de ciencia ficción, o complicadas tramas de asesinatos envueltas en modélicos thrillers; no necesita de superhéroes en esa clave realista (y casi surrealista) que tanto han explorado Ellis o Morrison, ni tampoco aventuras en el sentido clásico de la palabra. A Simmonds tampoco le hacen falta personajes que tengan el pesado lastre de la continuidad atado a sus páginas, ni precisa de nombres famosos con los que ganarse el público antes de salir publicado. No, la guionista y dibujante, cuya trayectoria se remonta más de treinta años en el pasado, sólo requiere de un puñado de personajes sacados de la clase media británica, un entorno reducido en el que poder controlarlos y un hilo conductor en la forma de una femme fatale, una Dalila que sin poder controlarlo emite una irresistible pulsación sexual que afecta todo lo que se encuentra alrededor, arruinándolo sin remedio. Esa mujer es Tamara Drewe.
Como si de una Agatha Christie se tratara (pero sin que haya un escabroso crimen por medio que resolver..aunque si hay alguna muerte que otra) Simmonds coloca a sus personajes, sus piezas, en el decorado que conforma un pequeño e imaginario pueblo en el condado de Wessex. Allí, y de la manera más natural que a uno pueda ocurrírsele, la autora nos presenta poco a poco a los protagonistas de la tragicomedia: primero está Glen Larson, un orondo escritor americano atascado con su novela que llega a una granja cuyos propietarios, Beth y Nicholas Hardiman, han transformado en un paraiso para literatos. Ella se centra en las tareas de atención a los inquilinos mientras que él, un afamado escritor de novelas de misterio (con un personaje que arrastra gran cantidad de seguidores, el Dr. Inchcombe, una suerte de Hércules Poirot, de nuevo la similitud a Christie), trata de sacar su siguiente trabajo adelante mientras esconde a su esposa sus continuos escarceos amorosos con otras féminas. Completando el eje principal de la historia encontramos a la mujer que da título al volumen, Tamara, una belleza que levanta pasiones y que se convierte en centro de atención allá donde va. Será ellá la que, con su presencia, y de forma directa o indirecta, de lugar a la maraña de acontecimientos que Simmonds desgrana con presteza en las poco menos de ciento cuarenta páginas de que consta la "novela gráfica".
Rodeados de varios secundarios con voz propia y de gran peso específico en la trama, la grandeza de Tamara Drewe radica tanto en la forma en que la artista hace interactuar a sus personajes, como en el realismo que todos ellos destilan y, sobre todo, en el envoltorio con el que la creadora dota a su obra. Muestras de lo primero y de lo segundo son los diálogos, frescos, naturales y que podrían pasar tranquilamente por transcripciones de conversaciones auténticas entre dos (o más) personas cualesquiera sin que, además, los cambios de edad de sus protagonistas (que se mueven desde la adolescencia a la cincuentena) afecten a la gracilidad con la que Simmonds insufla vida a cada uno, siendo tan veraces los personajes de Casey o Jody, dos jovencitas con mucho que decir en el discurrir de la historia, como los de Nicholas o Glen.
Ahora bien, lo que resulta más llamativo a priori, y se descubre después como un potencial inagotable, es la forma visual que la autora da al discurrir de la acción: entremezclando texto con dibujos (unas veces encerrados en viñetas, otras no) Simmonds aporta una inercia a la lectura que resultaría imposible valorar en su justa medida: diferentes tipos de fuentes para identificar de forma sutil a cada personaje cuando este habla por vía de los textos van jugando a un multiplicidad de significados de los cuales tres son los más evidentes. El primero y el segundo, los que se identifican a un golpe de vista, responden al constante juego de protagonismo con que la británica dinamiza la lectura, haciendo que ora el texto sirva de apoyo a las viñetas, ora éstas últimas sean las que relegan su importancia a los párrafos de una prosa brillante en lo descritpivo, vibrante en lo argumental. El tercer sintagma de significado es el que adquiere Tamara Drewe una vez se ha concluido la lectura. Sólo entonces puede apreciarse en su totalidad ese juego metalingüistico de varios niveles que plantea Simmonds, sobre todo en esa dualidad última que adquieren los textos primero como narración en el hilo conductor, después como parte de algo más grande, un algo demasiado valioso para ser expuesto aquí y que prefiero dejar a cada uno el placer de poder descubrir.
....sinceramente, jamás le habría creido.
Tal y como comentaba ayer en la recomicdación de El Arte de Volar, había sendas novedades del Salón que D. Álvaro Pons consideraba como aquellas que se ceñían a la expresión "sólo pueden quedar dos". El tebeo de Altarriba y Kim era uno, Tamara Drewe, la obra publicada por Posy Simmonds en la sección Review de los sábados del periódico británico The Guardian que ha conseguido alzarse con dos premios tan sumamente importantes como el de la Crítica de ACBD al mejor álbum publicado en Francia durante el 2008 y el Esencial de Angouleme, el otro. Tantas alabanzas y premios, unidos a la normal curiosidad que ambos habían provocado en un servidor hacían de este volumen una de las compras obligadas del evento comiquero barcelonés.
Y lo cierto es que en esta ocasión todo lo que se ha dicho sobre el trabajo de la autora británica ha sido totalmente justificado. Para empezar, y resumiendo mucho lo que a continuación pasaré a comentar de forma más exhaustiva, Tamara Drewe es una obra apasionante, intensa, que atrapa en la primera página y no te suelta hasta el final, un virtuoso ejercicio en metalenguaje visual que se devora con fruición y que deja una inmejorable sensación en el lector.
Para conseguirlo, Simmonds no echa mano de historias de ciencia ficción, o complicadas tramas de asesinatos envueltas en modélicos thrillers; no necesita de superhéroes en esa clave realista (y casi surrealista) que tanto han explorado Ellis o Morrison, ni tampoco aventuras en el sentido clásico de la palabra. A Simmonds tampoco le hacen falta personajes que tengan el pesado lastre de la continuidad atado a sus páginas, ni precisa de nombres famosos con los que ganarse el público antes de salir publicado. No, la guionista y dibujante, cuya trayectoria se remonta más de treinta años en el pasado, sólo requiere de un puñado de personajes sacados de la clase media británica, un entorno reducido en el que poder controlarlos y un hilo conductor en la forma de una femme fatale, una Dalila que sin poder controlarlo emite una irresistible pulsación sexual que afecta todo lo que se encuentra alrededor, arruinándolo sin remedio. Esa mujer es Tamara Drewe.
Como si de una Agatha Christie se tratara (pero sin que haya un escabroso crimen por medio que resolver..aunque si hay alguna muerte que otra) Simmonds coloca a sus personajes, sus piezas, en el decorado que conforma un pequeño e imaginario pueblo en el condado de Wessex. Allí, y de la manera más natural que a uno pueda ocurrírsele, la autora nos presenta poco a poco a los protagonistas de la tragicomedia: primero está Glen Larson, un orondo escritor americano atascado con su novela que llega a una granja cuyos propietarios, Beth y Nicholas Hardiman, han transformado en un paraiso para literatos. Ella se centra en las tareas de atención a los inquilinos mientras que él, un afamado escritor de novelas de misterio (con un personaje que arrastra gran cantidad de seguidores, el Dr. Inchcombe, una suerte de Hércules Poirot, de nuevo la similitud a Christie), trata de sacar su siguiente trabajo adelante mientras esconde a su esposa sus continuos escarceos amorosos con otras féminas. Completando el eje principal de la historia encontramos a la mujer que da título al volumen, Tamara, una belleza que levanta pasiones y que se convierte en centro de atención allá donde va. Será ellá la que, con su presencia, y de forma directa o indirecta, de lugar a la maraña de acontecimientos que Simmonds desgrana con presteza en las poco menos de ciento cuarenta páginas de que consta la "novela gráfica".
Rodeados de varios secundarios con voz propia y de gran peso específico en la trama, la grandeza de Tamara Drewe radica tanto en la forma en que la artista hace interactuar a sus personajes, como en el realismo que todos ellos destilan y, sobre todo, en el envoltorio con el que la creadora dota a su obra. Muestras de lo primero y de lo segundo son los diálogos, frescos, naturales y que podrían pasar tranquilamente por transcripciones de conversaciones auténticas entre dos (o más) personas cualesquiera sin que, además, los cambios de edad de sus protagonistas (que se mueven desde la adolescencia a la cincuentena) afecten a la gracilidad con la que Simmonds insufla vida a cada uno, siendo tan veraces los personajes de Casey o Jody, dos jovencitas con mucho que decir en el discurrir de la historia, como los de Nicholas o Glen.
Ahora bien, lo que resulta más llamativo a priori, y se descubre después como un potencial inagotable, es la forma visual que la autora da al discurrir de la acción: entremezclando texto con dibujos (unas veces encerrados en viñetas, otras no) Simmonds aporta una inercia a la lectura que resultaría imposible valorar en su justa medida: diferentes tipos de fuentes para identificar de forma sutil a cada personaje cuando este habla por vía de los textos van jugando a un multiplicidad de significados de los cuales tres son los más evidentes. El primero y el segundo, los que se identifican a un golpe de vista, responden al constante juego de protagonismo con que la británica dinamiza la lectura, haciendo que ora el texto sirva de apoyo a las viñetas, ora éstas últimas sean las que relegan su importancia a los párrafos de una prosa brillante en lo descritpivo, vibrante en lo argumental. El tercer sintagma de significado es el que adquiere Tamara Drewe una vez se ha concluido la lectura. Sólo entonces puede apreciarse en su totalidad ese juego metalingüistico de varios niveles que plantea Simmonds, sobre todo en esa dualidad última que adquieren los textos primero como narración en el hilo conductor, después como parte de algo más grande, un algo demasiado valioso para ser expuesto aquí y que prefiero dejar a cada uno el placer de poder descubrir.
....sinceramente, jamás le habría creido.
Sergio Benítez (194)
2 comentarios:
Ya de perdidos, al río.
Mi madre dice que no hay nada más triste que pasar frio en la cama. Ahora no es que haga frío, pero si que es triste que una pobre y desvalida entrada se quede sin comentarios. Y creedme, lo digo con conocimiento de causa como padre putativo de cienes y cienes de entradas sin comentar.
Y si ahora formo parte de la familia política que hace ésta página, qué menos que dejar unas palabrejas a ésta maravillosa Tamara Drewe, que entre tanta vorágine de novedades saloneras puede haber quedado injustamente olvidada.
Hay gente que ha hecho del "slice of life" un arte. Y en éste caso tenemos una pequeña joya del género.
La verdad es que cuando leer el peazo reseña que se ha marcado "el jefe" te resulta dificil añadir algo más. Sólo que es de ésas obras a las que habría que darle una oportunidad.
Si no te quieres gastar los euros, haz que un amigo entretenga al librero mientras comienzas a leerlo. A los cinco minutos habrás dejado de hacerlo y estarás entregando tus euros en caja.
Saludos!
Amén Padre Nacho, amén.
Y la estrategia de entretener al librero puede funcionar, aunque yo iría directamente a comprarlo, que es de los pocos sobresalientes del Salón (al menos para los gustos de un servidor, claro está).
Saludetes,
Sergio
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