Dibujo: Christophe Bec
Editorial: Planeta DeAgostini
Formato: Libro Cartoné. 196 Páginas
Precio: 18€
Calificación: 5/10
Que el arte secuencial siempre se ha dejado seducir por ese hermano mayor suyo que es el cine no es ningún secreto; y aunque ahora la tendencia parece haberse invertido y es el séptimo arte el que bebe los vientos por todo aquello que sepa a tebeos, es imposible no percatarse del marcado carácter cinematográfico que guardan muchas de las lecturas que por nuestras manos pasan al cabo del año. El Santuario al que ahora le dedicamos estas líneas es un ejemplo perfecto de lo que estamos comentando, avanzando un paso más en el acercamiento entre las dos disciplinas artísticas.
Ello es debido principalmente (aunque no de forma exclusica) a la labor de Christophe Bec. Como se apunta en la breve biografía incluida en la última página de la estupenda edición de Planeta, Bec no desdeña a la hora de dibujar el usar fotos y referencias de video para dotar de mayor realismo a lo que plasma sobre el papel. Esta tendencia, que no supondría una molestia si el dibujante ciñera su uso para fondos o planificación de viñetas, resulta un claro estorbo cuando Bec se empecina en llevar las referencias al paroxismo: todos o casi todos los personajes que "protagonizan" la historia son actores de Hollywood totalmente reconocibles, un detalle que convierte a los tres álbumes que conforman la historia en un auténtico "¿Quien es Quien?" en el que el lector se torna en involuntario jugador. Así, a lo largo de las casi doscientas páginas que alcanza el volúmen podemos identificar sin problemas a Scott Glenn, William Hurt, Bruce Willis, Johnny Depp, Morgan Freeman, Beau Bridges, Bruce Payne, Liev Schreiber, Ben Kingsley o Matt Le Blanc. Tal abotargamiento de caras reconocibles no pasaría de ser una anécdota sino fuera por la incapacidad de Bec para mantener un ritmo constante en la definición de los rostros de los personajes, siendo demasiado evidente cuando ha tirado de fotografías y cuando ha tenido que improvisar una angulación.
El handicap que la irregular labor de Bec plantea al acercarse a la lectura no pasaría de ser una mera distracción si no fuera porque Dorison también se deja tocar por la varita de las influencias obvias: toda la lectura de Santuario es un refrito nada disimulado de Abyss, El Submarino o Esfera bien sazonado con especias a lo Indiana Jones. Lo que me lleva a realizar una reflexión parecida a la efectuada con el dibujo, si el refrito se hubiese cocinado de forma correcta (como ha pasado innumerables veces en el cine) no habría mayores problemas, sobre todo si se tiene en cuenta que la dosificación de la acción y los constantes cambios de escenario planteados por Dorison amenizan mucho la lectura, pero este no es el caso. Dorison divaga por terrenos que en muchas ocasiones resultan demasiado oscuros, apoyándose en diálogos en los que cuesta saber qué personaje está "hablando" y resolviendo todo el argumento de forma abrupta y nada satisfactoria.
En la precipitada conclusión de la historia se intuye lo que podría haber sido un final que redondeara a la alza la escueta calificación otorgada. Lamentablemente el final se queda en tierra de nadie y vuelve a reflotar esa extraña sensación que siempre surje con la lecura de un cómic francés (y que se hace extensible a muchas producciones cinematográficas del pais vecino): son obras que crean enormes expectativas mientras las estás disfrutando, y que, no se sabe muy bien por qué, tienden a concluir pretendiendo llevar al lector/espectador a una profunda reflexión metafísica que, paradójicamente, casi nunca tiene lugar.
Ello es debido principalmente (aunque no de forma exclusica) a la labor de Christophe Bec. Como se apunta en la breve biografía incluida en la última página de la estupenda edición de Planeta, Bec no desdeña a la hora de dibujar el usar fotos y referencias de video para dotar de mayor realismo a lo que plasma sobre el papel. Esta tendencia, que no supondría una molestia si el dibujante ciñera su uso para fondos o planificación de viñetas, resulta un claro estorbo cuando Bec se empecina en llevar las referencias al paroxismo: todos o casi todos los personajes que "protagonizan" la historia son actores de Hollywood totalmente reconocibles, un detalle que convierte a los tres álbumes que conforman la historia en un auténtico "¿Quien es Quien?" en el que el lector se torna en involuntario jugador. Así, a lo largo de las casi doscientas páginas que alcanza el volúmen podemos identificar sin problemas a Scott Glenn, William Hurt, Bruce Willis, Johnny Depp, Morgan Freeman, Beau Bridges, Bruce Payne, Liev Schreiber, Ben Kingsley o Matt Le Blanc. Tal abotargamiento de caras reconocibles no pasaría de ser una anécdota sino fuera por la incapacidad de Bec para mantener un ritmo constante en la definición de los rostros de los personajes, siendo demasiado evidente cuando ha tirado de fotografías y cuando ha tenido que improvisar una angulación.
El handicap que la irregular labor de Bec plantea al acercarse a la lectura no pasaría de ser una mera distracción si no fuera porque Dorison también se deja tocar por la varita de las influencias obvias: toda la lectura de Santuario es un refrito nada disimulado de Abyss, El Submarino o Esfera bien sazonado con especias a lo Indiana Jones. Lo que me lleva a realizar una reflexión parecida a la efectuada con el dibujo, si el refrito se hubiese cocinado de forma correcta (como ha pasado innumerables veces en el cine) no habría mayores problemas, sobre todo si se tiene en cuenta que la dosificación de la acción y los constantes cambios de escenario planteados por Dorison amenizan mucho la lectura, pero este no es el caso. Dorison divaga por terrenos que en muchas ocasiones resultan demasiado oscuros, apoyándose en diálogos en los que cuesta saber qué personaje está "hablando" y resolviendo todo el argumento de forma abrupta y nada satisfactoria.
En la precipitada conclusión de la historia se intuye lo que podría haber sido un final que redondeara a la alza la escueta calificación otorgada. Lamentablemente el final se queda en tierra de nadie y vuelve a reflotar esa extraña sensación que siempre surje con la lecura de un cómic francés (y que se hace extensible a muchas producciones cinematográficas del pais vecino): son obras que crean enormes expectativas mientras las estás disfrutando, y que, no se sabe muy bien por qué, tienden a concluir pretendiendo llevar al lector/espectador a una profunda reflexión metafísica que, paradójicamente, casi nunca tiene lugar.
Sergio Benítez (19)
4 comentarios:
Te ha dado la misma sensacion en todo que a mi, el lio con las caras, con los nombres en los bocadillos, aunque tu articulo es mucho mejor y mas extenso que el mio
www.elcabarettransmetrovicioso.blogspot.com
es un blog creado a finales de agosto y tiene solo dos entradas, pero espero remediarlo
saludos
Gracias por el piropo.
Espero que tu blog vaya viento en popa en breve. Un consejito, quita el negro de fondo, es un color muy molesto para leer. Yo lo tenía hasta hace poco y la diferencia a poner el blanco es tremenda, la vista descansa mucho más.
Saludetes
Sergio
Chiiico...clavas la reseña! Me quede con las mismas sensaciones después de leerlo.
Bien, un nuevo blog a seguir.
Gracias Xelo.
Espero verte muy a menudo por estos lares.
Saludetes
Sergio
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