Dibujo: Tommy Lee Edwards
Editorial: Panini
Formato: 3 Cómic-books. 56 / 48 Páginas
Precio: 3.5 / 3.7€
Calificación: 6.5/10
Si hay algo que gusta al ser humano en general y a los coleccionistas en particular es ejercitar nuestra nostalgia. Los programas televisivos que a lo largo de los años nos recuerdan décadas pasadas siempre encuentran su cuota de audiencia y, seamos sinceros, ¿qué es el coleccionismo (sobre todo cuando uno llega a ese momento en el que empieza a adquirir cosas de años atrás) sino la búsqueda constante de aquello que nos hizo felices en un momento dado de nuestra infancia/adolescencia?. Pues bien, como quiera que en esta bitácora ya hemos mirado más de una y dos veces atrás, no creo que nadie se moleste si lo volvemos a hacer, aunque sea brevemente. Y no, no voy a contar dónde estaba yo en 1985 (tenía diez años, estudiaba como un niño bueno, y me hartaba de leer y jugar; vamos, lo normal) sino cómo un servidor fue dejando paulatinamente de comprar tebeos de grapa.
Cuando comencé a coleccionar cómics en firme lo único que durante bastantes años (cinco o seis) alimentó mi tebeoteca fueron los cómic-books. Dispuestos en principio de forma horizontal (alternando la apertura de los mismos para que se combaran por igual) y ordenados por las pocas series que acumulaba al cabo del mes, la cosa comenzó a ponerse paulatinamente seria al cabo de dos o tres años, teniendo que cambiar mi sistema de colocación de horizontal a vertical. Como ya he comentado en alguna ocasión, fue mi traslado a Sevilla para cursar la carrera lo que provocó una enorme explosión en mi colección, máxime cuando, ya con acceso a internet, pude descubrir Milehigh y hacerme con todo el Hulk de Peter David o el Nexus de Baron y Rude al completo (por no hablar del Excalibur o el Batman y los Outsiders de Alan Davis). Llegado el momento, eran tantas las colecciones que llevaba al cabo del mes, y tan poco el tiempo que tenía para leer (si por algo se caracteriza la carrera de Arquitectura es por no dejarte tiempo ni para respirar) que lo que intentaba mantener a un ritmo mensual se me olvidaba de un mes para otro, y lo que no era al final consumido cada seis, siete y ocho meses. Es entonces cuando me replanteé seriamente el cambio de formato apoyándome para ello en el Previews y los TPB (o HC) americanos. Y así fue como una práctica que me había definido como coleccionista quedó relegada, primero a ser regalada a alguno de mis amigos coleccionistas conforme aquellas cosas que estaban editadas en tomo recopilatorio fueron siendo sustituidas, segundo a ocupar hoy en día media balda de las treinta y muchas que conforman las estanterías de mi tebeoteca.
Habiéndoseme pasado por alto su edición americana (como si tuviera que explicaros que cada vez he ido centrándome más en lo europeo y dejando de lado el pijamismo) 1985 supone la primera grapa que me he comprado en una tienda de cómics en años, aunque, como ya era costumbre, he esperado hasta tener los tres números para leérmelos de una sentada; y menos mal, porque de otra manera los escasos veinte minutos que he invertido en acabarlos se habrían transformado en tres dosis de cinco o seis minutos bastante insatisfactorias. Leído de una vez, el trabajo de Millar quizá pierda la efectividad de los simpáticos cliffhangers que ponen punto y final a cada número, ayudando en contraposición a que la compacidad de lo narrado por el guionista adquiera una entidad de la que sin duda carecería mes a mes. Ejercicio de nostalgia hacia un tiempo en el que los tebeos todavía no habían dado el paso a la edad adulta que llevarían a cabo los consabidos Watchmen y Dark Knight Returns, 1985 sigue a un niño de trece años de nuestro mundo cuando descubre que los villanos del Universo Marvel están entrando en él con pretensiones poco amistosas. Tal punto de partida, que podría haber sido aprovechado por Millar de mil y una maneras, queda al final como un quiero y no puedo que repite esquemas y situaciones de los tebeos de la época aportando alguna que otra pincelada de genialidad (las discusiones de los dependientes de la tienda de cómics, la previsible profesión a la que se dedicará el protagonista por salvar a su padre) que queda, a la postre, demasiado diluida entre tanta splash-page, peleita de turno e hilo conductor que no va a ninguna parte.
A ello no ayuda en exceso el trabajo de Tommy Lee Edwards cuyo dibujo, que diferencia en trazo el mundo real del mundo Marvel, se encuentra a caballo de las influencias de John Paul Leon para el primero y una suerte de Scott Kollins "limpio de rayitas" para el segundo. De narrativa algo confusa ayudada, qué duda cabe, por el apagado colorido que se le da a nuestro mundo (en contraposición a la luminosidad de la versión marvelita) el trabajo de Edwards no parece el más idóneo para un cómic que debería haber desprendido más épica en su aspecto visual pero que al final se queda en un vano intento por crear un producto original dentro de la monótona monocromía que invade La Casa de las Ideas desde hace tiempo. Eso sí, las dos páginas finales son capaces de redimir (casi) todo aquello que no funciona a lo largo de los seis números, dejando al final un regusto indefinido, ni muy dulce, ni excesivamente amargo.
Nuff Said!!
Cuando comencé a coleccionar cómics en firme lo único que durante bastantes años (cinco o seis) alimentó mi tebeoteca fueron los cómic-books. Dispuestos en principio de forma horizontal (alternando la apertura de los mismos para que se combaran por igual) y ordenados por las pocas series que acumulaba al cabo del mes, la cosa comenzó a ponerse paulatinamente seria al cabo de dos o tres años, teniendo que cambiar mi sistema de colocación de horizontal a vertical. Como ya he comentado en alguna ocasión, fue mi traslado a Sevilla para cursar la carrera lo que provocó una enorme explosión en mi colección, máxime cuando, ya con acceso a internet, pude descubrir Milehigh y hacerme con todo el Hulk de Peter David o el Nexus de Baron y Rude al completo (por no hablar del Excalibur o el Batman y los Outsiders de Alan Davis). Llegado el momento, eran tantas las colecciones que llevaba al cabo del mes, y tan poco el tiempo que tenía para leer (si por algo se caracteriza la carrera de Arquitectura es por no dejarte tiempo ni para respirar) que lo que intentaba mantener a un ritmo mensual se me olvidaba de un mes para otro, y lo que no era al final consumido cada seis, siete y ocho meses. Es entonces cuando me replanteé seriamente el cambio de formato apoyándome para ello en el Previews y los TPB (o HC) americanos. Y así fue como una práctica que me había definido como coleccionista quedó relegada, primero a ser regalada a alguno de mis amigos coleccionistas conforme aquellas cosas que estaban editadas en tomo recopilatorio fueron siendo sustituidas, segundo a ocupar hoy en día media balda de las treinta y muchas que conforman las estanterías de mi tebeoteca.
Habiéndoseme pasado por alto su edición americana (como si tuviera que explicaros que cada vez he ido centrándome más en lo europeo y dejando de lado el pijamismo) 1985 supone la primera grapa que me he comprado en una tienda de cómics en años, aunque, como ya era costumbre, he esperado hasta tener los tres números para leérmelos de una sentada; y menos mal, porque de otra manera los escasos veinte minutos que he invertido en acabarlos se habrían transformado en tres dosis de cinco o seis minutos bastante insatisfactorias. Leído de una vez, el trabajo de Millar quizá pierda la efectividad de los simpáticos cliffhangers que ponen punto y final a cada número, ayudando en contraposición a que la compacidad de lo narrado por el guionista adquiera una entidad de la que sin duda carecería mes a mes. Ejercicio de nostalgia hacia un tiempo en el que los tebeos todavía no habían dado el paso a la edad adulta que llevarían a cabo los consabidos Watchmen y Dark Knight Returns, 1985 sigue a un niño de trece años de nuestro mundo cuando descubre que los villanos del Universo Marvel están entrando en él con pretensiones poco amistosas. Tal punto de partida, que podría haber sido aprovechado por Millar de mil y una maneras, queda al final como un quiero y no puedo que repite esquemas y situaciones de los tebeos de la época aportando alguna que otra pincelada de genialidad (las discusiones de los dependientes de la tienda de cómics, la previsible profesión a la que se dedicará el protagonista por salvar a su padre) que queda, a la postre, demasiado diluida entre tanta splash-page, peleita de turno e hilo conductor que no va a ninguna parte.
A ello no ayuda en exceso el trabajo de Tommy Lee Edwards cuyo dibujo, que diferencia en trazo el mundo real del mundo Marvel, se encuentra a caballo de las influencias de John Paul Leon para el primero y una suerte de Scott Kollins "limpio de rayitas" para el segundo. De narrativa algo confusa ayudada, qué duda cabe, por el apagado colorido que se le da a nuestro mundo (en contraposición a la luminosidad de la versión marvelita) el trabajo de Edwards no parece el más idóneo para un cómic que debería haber desprendido más épica en su aspecto visual pero que al final se queda en un vano intento por crear un producto original dentro de la monótona monocromía que invade La Casa de las Ideas desde hace tiempo. Eso sí, las dos páginas finales son capaces de redimir (casi) todo aquello que no funciona a lo largo de los seis números, dejando al final un regusto indefinido, ni muy dulce, ni excesivamente amargo.
Nuff Said!!
Sergio Benítez (196)
6 comentarios:
1985... ¡¡¡POR EL CULO TE LA HINCO!!!
Sé que no existo, que no debería de estar aquí, pero la tentación era demasiado grande...
Saludos!
Desde luego, se te echaba de menos Nachete, aunque sea por el chiste facilón.
Saludetes,
Sergio
Hola!
¿Os habéis planteado cómo sería este cómic con otro dibujo?
Yo tengo que reconocer cierta debilidad por Mark Millar. Casi todo lo que escribe cuenta con mi aprobado y, a veces, con mi admiración. Y en este caso deja atrás su vena más gamberra para centrarse en una historia que, como dices, empieza tan regular como avanza, pero que recompensa con un final elegante y bien elaborado.
Siempre se critica a Millar de no saber terminar sus historias, y tanto esta como Red Son dan pistas de que, en según que entornos, no tiene problemas para dar un fin satisfactorio a sus historias.
En fin, un cómic mejor que la media. Original y que, según mi humilde punto de vista, con otro dibujante sería carne de tomo recopilatorio a vender en edición tras edición.
Saludos de un fiel lector (e irregular posteador en vuestro magnífico blog!!)
Pues si que me lo planteé mientras lo leía. Y lo que dices de Millar es cierto, y fijate que a mi la conclusión de Red Son se me antojó algo deslavazada, pero claro, también en este caso el dibujo no ayudaba mucho, no es que Plunkett lo haga mal, pero comparado con Johnson....dejémoslo en que sale perdiendo.
Saludetes Jorge, espero verte más a menudo por aquí a partir de hoy ;).
Sergio
Coincido totalmente con Jorge. El dibujo es una de las pocas pegas de este comic.
Siempre nos quedará la duda de como habría quedado el invento de 1985 como lo ideó Millar por vez primera, es decir, cortando trocitos de otros comics de la época, y mezclándolos con actores, tipo "fotonovela".
Saludos a todos.
Pues sí, aunque por lo que he leído por ahí, las pruebas de tipos disfrazados con trajes de superhéroes no quedaban del todo bien, así que la opción final, aun sin ser del todo satisfactoria, al menos no es ridicula.
Saludetes Jose,
Sergio
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