Dibujo: Jon J Muth
Editorial: Zinco/Planeta
Formato: 72/144 Páginas
Precio: 950 ptas/13,95€
Calificación: 6/10
Dios ha muerto. O por lo menos el actor que hacía de Dios en la obra de teatro de un pequeño pueblo llamado Townely. Este es el punto de partida de la obra de Grant Morrison, la aparición del detective Frank Carpenter y su investigación, nos servirá a los lectores para pasar lista y conocer de primera mano a los sospechosos del crimen y los entresijos del pueblo.
Acompañando al detective, la aparición de una periodista del pequeño periódico local precipitará los acontecimientos, hacia un final tan inesperado como surrealista. Visto en conjunto, la novela gráfica peca de dispersarse en su argumento, donde el personaje principal, el detective Carpenter, va de un lado a otro, interroga sospechosos mientras tiene extrañas visiones (quizás premonitorias), o visita un prostíbulo que parece salido de Twin Peaks sin ningún motivo en particular, mas allá de definir innecesariamente la enfermiza personalidad del alcalde del pueblo.
Personalmente, y tras haber leído bastantes obras de Grant Morrison, da la sensación de que este trabajo intentaba asemejarse al estilo de otros compañeros del sello Vertigo, como Neil Gaiman, que sí que saben dotar a sus personajes de la profundidad que necesitan. En este caso, sólo tenemos clara la necesidad de la periodista de salir del pueblo y trabajar en la gran ciudad (más que nada, porque lo oímos de su boca en dos ocasiones), pero el resto de personajes no siguen un rumbo fijo, y aparecen y desaparecen de forma constante.
Sin embargo, algunos destellos de genialidad se dejan entrever en este peculiar relato, como la conversación mantenida con el Reverendo Tilley, quien ha dejado de creer en Dios tras perder a su mujer a causa del cáncer pero sigue dando ánimos a sus feligreses, y nos deja esta frase digna de enmarcar: “Somos animales estúpidos y asustados que rogamos a un cielo vacío, y si puedo calmar el miedo de mis semejantes mintiéndoles sobre el cielo, lo haré”. Brutal.
Publicada por vez primera en 1994, El Misterio religioso supuso la consagración de Jon J Muth, que obtendría al año siguiente el premio Eisner al Mejor ilustrador de Cómics. Y la verdad es que cada página de la novela gráfica merece tal honor. Como sucediera con Dave Mckean en Arkham Asylum, es bastante complicado imaginar la obra y la sensación final que deja al lector, sobre todo en el tercio final, si cualquier otro dibujante se hubiera hecho cargo. Realista, con un prodigioso dominio de la luz y el color, consigue que nos olvidemos de las pequeñas carencias narrativas de un primerizo Morrison para dotar de un mayor empuje y efectividad al conjunto.
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