Guión: Isaac Asimov
Dibujo: Fernando Fernández
Editorial: Bruguera
Formato: Álbum Rústica. 68 Páginas
Calificación: 8/10
Terminamos aquí nuestro repaso a esta colección Firmado Por... con el volumen que motivó incialmente la compra de los otros dos que ya hemos recomicdado previamente (el de Yo, Robot y el Corre, Hombre). Y la verdad es que la espera en la lectura ha valido la pena, puesto que de los tres he dejado sin duda el mejor para el final, ya sea por la calidad de los relatos de Asimov que se han seleccionado, ya sea por la soberbia labor de Fernández a la hora de adaptarlos y plasmarlos como sólo el sabía hacerlo.
Este volumen supone, en el segundo de los sentidos, todo un lujazo para la vista ya que, desarropado de ese color que tan bien manejaba, podemos asistir en las poco menos de setenta páginas que conforman la lectura a una clase magistral en el uso del lápiz, la plumilla y la aguada de parte del dibujante: su trazo, capaz de amalgamar virtudes tan contradictorias como el barroquismo y la limpieza, se despliega a lo largo de las ocho historias de manera asombrosa, cubriendo con viñetas y una facilidad pasmosa todo aquello que la fértil prosa de Asimov había dejado plasmado en párrafos de texto. Por las páginas del tebeo, Fernández va dejando volar la mano y la imaginación para dejarnos atónitos con mundos futuristas que entroncan a la perfección con ese carácter orgánico y maleable que ya le habíamos conocido en Zora y que aquí adquiere mayor fuerza al contraponerse a la frialdad de la robótica y el vacío insondable del espacio exterior.
Y si decía al comienzo que con respecto a la lectura de los tres tomos que componían la serie Firmado Por... había dejado lo mejor para el final, esta misma afirmación, aplicada al cómic en sí, adquiere el mismo sentido, ya que de todos los relatos, el titulado 2.430 D.C es, con tan sólo cinco páginas, el que se revela como el mejor de todos (sin querer desmerecer a los demás, que el anterior a éste, Multivac, es tremendo): engatusándonos como ha hecho durante toda la lectura con esa página que es a la vez póster y soberbia arquitectura de viñetas que juguetea con el texto, Fernández pone de relieve el carácter de parábola de esa historia en la que un hombre se ve obligado a deshacerse del último atisbo de vida animal en el planeta en aras de la consecución de la perfección a la que la sociedad lleva siglos aspirando. Esa última viñeta, con un hombre apagado sosteniendo una paloma blanca, alberga tanta poesía que resulta harto difícil no dejarse embargar por la melancolía que de ella dimana. Un final soberbio para un tomo que no le va a la zaga.
Este volumen supone, en el segundo de los sentidos, todo un lujazo para la vista ya que, desarropado de ese color que tan bien manejaba, podemos asistir en las poco menos de setenta páginas que conforman la lectura a una clase magistral en el uso del lápiz, la plumilla y la aguada de parte del dibujante: su trazo, capaz de amalgamar virtudes tan contradictorias como el barroquismo y la limpieza, se despliega a lo largo de las ocho historias de manera asombrosa, cubriendo con viñetas y una facilidad pasmosa todo aquello que la fértil prosa de Asimov había dejado plasmado en párrafos de texto. Por las páginas del tebeo, Fernández va dejando volar la mano y la imaginación para dejarnos atónitos con mundos futuristas que entroncan a la perfección con ese carácter orgánico y maleable que ya le habíamos conocido en Zora y que aquí adquiere mayor fuerza al contraponerse a la frialdad de la robótica y el vacío insondable del espacio exterior.
Y si decía al comienzo que con respecto a la lectura de los tres tomos que componían la serie Firmado Por... había dejado lo mejor para el final, esta misma afirmación, aplicada al cómic en sí, adquiere el mismo sentido, ya que de todos los relatos, el titulado 2.430 D.C es, con tan sólo cinco páginas, el que se revela como el mejor de todos (sin querer desmerecer a los demás, que el anterior a éste, Multivac, es tremendo): engatusándonos como ha hecho durante toda la lectura con esa página que es a la vez póster y soberbia arquitectura de viñetas que juguetea con el texto, Fernández pone de relieve el carácter de parábola de esa historia en la que un hombre se ve obligado a deshacerse del último atisbo de vida animal en el planeta en aras de la consecución de la perfección a la que la sociedad lleva siglos aspirando. Esa última viñeta, con un hombre apagado sosteniendo una paloma blanca, alberga tanta poesía que resulta harto difícil no dejarse embargar por la melancolía que de ella dimana. Un final soberbio para un tomo que no le va a la zaga.
Sergio Benítez (387)
1 comentario:
Esta es la clase de cómic que me encantaría ver reeditado. Tanto como fan de los tebeos, como fan de Asimov.
Saludos.
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