Dibujo: Luis García
Editorial: Glénat
Formato: Álbum Cartoné. 112 Páginas
Precio: 14.96€
Calificación: 9/10
Si escribir una crítica siempre es un ejercicio complicado; hacerlo, y hacerlo de manera que se honre en condiciones al trabajo del que se habla, lo es aún más. Tanto es así, que si sobre un título al uso, las ideas que al final terminan concretándose sobre este espacio en blanco que nos proporciona la ventana de Blogger son más o menos adecuadas; cuando la recomicdación que uno arranca es de tal calibre como estas Crónicas del Sin Nombre, dichas ideas se muestran esquivas, como si una mano invisible quisiera impedir que lo que se plasmara en estas líneas no hiciera justicia a aquello de lo que se habla. Y es que este título de Víctor Mora y Luis García no es uno cualquiera, sino probablemente el pináculo de la carrera de su escritor, algo que es mucho decir si tenemos en cuenta de quién estamos hablando.
Tan severa afirmación necesita de aserciones que la refrenden. Y es aquí donde esa torpeza que muchas veces arrastra el lenguaje a la hora de expresar las sensaciones hace su inefable aparición. Les pido disculpas pues de antemano si lo que a partir de ahora vayan a leer no consigue alcanzar a transmitir la grandeza de esta insigne obra.
Lo primero que exige esta recomicdación es una contextualización temporal: corre el año 1973 cuando Víctor Mora y Luis García comienzan a trabajar en la realización de la primera historia de las siete que, a lo largo de seis años, terminarán por concretar Las Crónicas del Sin Nombre. Son tiempos convulsos para nuestro país ya que, tras treinta y cuatro años de dictadura, comienza a vislumbrarse un final cercano para el franquismo (que aún tardaría dos años en expirar). En esta tesitura y con ese oxímoron entre aperturismo y conservadurismo que planteó el régimen en sus últimos tiempos, Víctor Mora acomete la escritura de los guiones de estos relatos como un silente agitador de conciencias. Para ello, y mezclando de forma sublime ficción y realidad, y muy a la manera de como Oesterheld ya había hecho años atrás en su magistral Mort Cinder, se inventa a un personaje que ni tiene nombre ni rostro definido, un grito claro del guionista a la masa que, callada (voluntariamente o a la fuerza), había aguantado de forma estoica la pobredumbre de la posguerra y el drama de una España dividida en dos. Con tal bofetada a las constreñidas mentalidades que habían provocado el exilio de muchos españoles, Mora traza, con suma inteligencia, una suerte de recorrido metafórico que va haciendo hincapié en conceptos como la injusticia, la ética o, sobre todo, la libertad.
Sutil por un lado, y contundente por el otro, el trabajo del guionista catalán oculta muy bien sus cartas para aquellos que no sepan como leerlas. Es por ello que resulta grandioso descubrir hoy, más de treinta años después, la carga conceptual que se ocultaba tras todas y cada una de las historias, escondida en géneros tan dispares como la aventura medieval, el drama cotidiano, la ciencia-ficción o el western. En cada uno, Mora introduce ese pequeño apunte, esa nota discordante que sólo aquél con vista y ingenio agudizado podía encontrar. Pero ahí está no obstante, esperando pacientemente a ser encontrado. Optaré aquí por no desgranar una por una las historias que componen este maravilloso fresco que es Las Crónicas del Sin Nombre, y les dejaré el reconfortante trabajo de que descubran, sin ningún tipo de influencias externas, lo que Mora legó a la historia del tebeo español hace más de tres décadas.
Lo que no puedo dejar de comentar es lo mayestático del dibujo de un Luis García para el que faltan epítetos: detrás de cada idea, de cada argucia enterrada en diálogos aparentemente inocuos, detrás de todas y cada una de las pautas que Mora iba marcando, encontramos a un dibujante pletórico en imaginación y soberbio en su concreción gráfica. Mucho se le ha criticado a García (o mucho se le criticó) el hecho de que la gran mayoría de su trabajo se basara en la referencia fotográfica. A todas esas voces, hoy acalladas gracias a que el paso del tiempo siempre pone las cosas dónde deben estar, yo les diría que ya quisieran muchos tener el talento del puertollanense para, con fotos o sin ellas, ser capaces de plasmar ideas con la fuerza con la que él lo hacía. Y aquí, de nuevo, habría tantos ejemplos como páginas y viñetas tiene el volumen: de lápiz prodigioso, capaz de un hiperrealismo que deja boquiabierto al lector, el dibujante no se esconde en sus referencias, antes bien, las moldea a su antojo en una estructura que se aleja de la estaticidad propia de la técnica de referencia fotográfica para acercarse al dinamismo de los grandes narradores. Aprehender una página de García podrá ser un proceso extenuante para un lector que no esté acostumbrado a más profusión que la que dan los colores infográficos, pero aquellos que se dejen seducir por la desnudez de su lápiz y su plumilla, encontrarán en él a uno de los mejores dibujantes que ha dado nuestro país.
No quisiera finalizar sin antes advertirles de algo vital: Las Crónicas del Sin Nombre no es un tebeo de lectura fácil. Exige de nosotros una atención que no suele ser común en páginas aviñetadas. Puede llegar al punto de ser algo obscura y huidiza a la hora de regalar el tesoro que lleva escondida. Pero les garantizo que, poniendo algo de empeño y mucho mimo, encontrarán en ella una lectura de esas que nunca se olvidan.
Tan severa afirmación necesita de aserciones que la refrenden. Y es aquí donde esa torpeza que muchas veces arrastra el lenguaje a la hora de expresar las sensaciones hace su inefable aparición. Les pido disculpas pues de antemano si lo que a partir de ahora vayan a leer no consigue alcanzar a transmitir la grandeza de esta insigne obra.
Lo primero que exige esta recomicdación es una contextualización temporal: corre el año 1973 cuando Víctor Mora y Luis García comienzan a trabajar en la realización de la primera historia de las siete que, a lo largo de seis años, terminarán por concretar Las Crónicas del Sin Nombre. Son tiempos convulsos para nuestro país ya que, tras treinta y cuatro años de dictadura, comienza a vislumbrarse un final cercano para el franquismo (que aún tardaría dos años en expirar). En esta tesitura y con ese oxímoron entre aperturismo y conservadurismo que planteó el régimen en sus últimos tiempos, Víctor Mora acomete la escritura de los guiones de estos relatos como un silente agitador de conciencias. Para ello, y mezclando de forma sublime ficción y realidad, y muy a la manera de como Oesterheld ya había hecho años atrás en su magistral Mort Cinder, se inventa a un personaje que ni tiene nombre ni rostro definido, un grito claro del guionista a la masa que, callada (voluntariamente o a la fuerza), había aguantado de forma estoica la pobredumbre de la posguerra y el drama de una España dividida en dos. Con tal bofetada a las constreñidas mentalidades que habían provocado el exilio de muchos españoles, Mora traza, con suma inteligencia, una suerte de recorrido metafórico que va haciendo hincapié en conceptos como la injusticia, la ética o, sobre todo, la libertad.
Sutil por un lado, y contundente por el otro, el trabajo del guionista catalán oculta muy bien sus cartas para aquellos que no sepan como leerlas. Es por ello que resulta grandioso descubrir hoy, más de treinta años después, la carga conceptual que se ocultaba tras todas y cada una de las historias, escondida en géneros tan dispares como la aventura medieval, el drama cotidiano, la ciencia-ficción o el western. En cada uno, Mora introduce ese pequeño apunte, esa nota discordante que sólo aquél con vista y ingenio agudizado podía encontrar. Pero ahí está no obstante, esperando pacientemente a ser encontrado. Optaré aquí por no desgranar una por una las historias que componen este maravilloso fresco que es Las Crónicas del Sin Nombre, y les dejaré el reconfortante trabajo de que descubran, sin ningún tipo de influencias externas, lo que Mora legó a la historia del tebeo español hace más de tres décadas.
Lo que no puedo dejar de comentar es lo mayestático del dibujo de un Luis García para el que faltan epítetos: detrás de cada idea, de cada argucia enterrada en diálogos aparentemente inocuos, detrás de todas y cada una de las pautas que Mora iba marcando, encontramos a un dibujante pletórico en imaginación y soberbio en su concreción gráfica. Mucho se le ha criticado a García (o mucho se le criticó) el hecho de que la gran mayoría de su trabajo se basara en la referencia fotográfica. A todas esas voces, hoy acalladas gracias a que el paso del tiempo siempre pone las cosas dónde deben estar, yo les diría que ya quisieran muchos tener el talento del puertollanense para, con fotos o sin ellas, ser capaces de plasmar ideas con la fuerza con la que él lo hacía. Y aquí, de nuevo, habría tantos ejemplos como páginas y viñetas tiene el volumen: de lápiz prodigioso, capaz de un hiperrealismo que deja boquiabierto al lector, el dibujante no se esconde en sus referencias, antes bien, las moldea a su antojo en una estructura que se aleja de la estaticidad propia de la técnica de referencia fotográfica para acercarse al dinamismo de los grandes narradores. Aprehender una página de García podrá ser un proceso extenuante para un lector que no esté acostumbrado a más profusión que la que dan los colores infográficos, pero aquellos que se dejen seducir por la desnudez de su lápiz y su plumilla, encontrarán en él a uno de los mejores dibujantes que ha dado nuestro país.
No quisiera finalizar sin antes advertirles de algo vital: Las Crónicas del Sin Nombre no es un tebeo de lectura fácil. Exige de nosotros una atención que no suele ser común en páginas aviñetadas. Puede llegar al punto de ser algo obscura y huidiza a la hora de regalar el tesoro que lleva escondida. Pero les garantizo que, poniendo algo de empeño y mucho mimo, encontrarán en ella una lectura de esas que nunca se olvidan.
Sergio Benítez (382)
1 comentario:
este comic y yo siempre hemos mantenido una relación de hipnosis, me subyuga y cuando lo abro y leo ( unas cuantas veces ya) me veo reflejado como un personaje más.....
Impresionante es poco para esta obra.
Saludos.
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