Dibujo: Fernando Fernández
Editorial: Glénat
Formato: Álbum Cartoné. 102 Páginas
Precio: 25€
Calificación: 8.5/10
A estas alturas, después de lo que ya hemos hablado de él por activa y por pasiva, decir que Fernando Fernández es un genio del noveno arte es una obviedad como la copa de un pino. Lo que no resulta tan obvio quizás es matizar tal afirmación y, como ya hicierámos en la última recomicdación del artista que publicamos por estos lares, acotarla a lo que a dibujo y narrativa gráfica se refiere ya que, en cuanto a guión, los trabajos del autor en solitario nunca llegaron a estar a la altura de lo que visualmente era capaz de ofrecer. Y si bien en Cuba y en las historias sueltas que recogía el volumen de Cuando el Cómic es Arte esto era más que patente, aquí en Zora, la fuerte diferencia que en los anteriores se palpaba queda algo diluida gracias a un guión que se antoja más trabajado.
No es que la historia de Zora y los Hibernautas sea un dechado de originalidad, ya que la lectura va dejando un constante regusto familiar mediante el que resulta un proceso bastante sencillo anticiparse a alguno de los momentos clave en el desarrollo de la acción. Ahora bien, para crédito de Fernández, estos momentos son los menos y la inmersión en el relato de una fémina imposible miembro de una sociedad matriarcal que encuentra a un grupo de hombres hibernados desatando así una guerra civil en su entorno resulta, en la mayor parte de su desarrollo, tan apasionante como anárquica, echando mano el artista de cualquier herramienta argumental que le sirva para seguir avanzando en el relato. Así, no resulta extraño que en un tebeo que bebe de tan diversas fuentes como es este, nos encontremos con que el autor español mezcle ciencia-ficción a lo space opera (y aquí Alex Raymond y su Flash Gordon tendrían mucho que decir) hasta mundos post-apocalípticos que parecen sacados ya de aquél futuro distópico que pintaba La Fuga de Logan, ya del que dibujaba H.G.Wells en su Máquina del Tiempo con esos Morlocks que esclavizaban y mataban a los Eloi.
Pero Fernández no se conforma con dejarse "inspirar" por tan honrosas influencias, sino que va más allá e introduce, muy a la manera en la que se hacía a finales de los setenta (principios de los ochenta) en la ciencia-ficción, claves filosóficas, metafísicas, existencialistas e incluso algo lisérgicas (ese recuerdo del viaje al interior de un ser supremo tiene mucho de alucinógeno), encarnadas todas ellas en la figura de los protagonistas principales, Zora y Amon, prestando el autor gran atención a aquella que da título al tebeo, una mujer cuya determinación y voluntad son el motor que mueve toda la acción. Es para ella para quien Fernández reserva lo mejor que su mitad escritora puede dar de sí, aunque en este punto habría que achacarle que, frente a la profundidad que desarrolla en ciertos aspectos del guión, la relación que se establece entre los protagonistas sea en cierto sentido bastante pueril, algo que, no obstante, se podría justificar desde cierto punto de vista si así se quisiera.
De todas formas, querer entrar en cierto tipo de disquisiciones es buscarle tres pies al gato cuando lo que queda muy claro al finalizar la lectura es que la historia de Zora y los Hibernautas sirve a la perfección a lo que resulta más apasionante de aquella, el maravilloso disfrute que se deriva de la contemplación de todas y cada una de las páginas que componen el volumen. Y aquí no hay paliativos posibles que criticarles a un dibujante que echa el resto en cada plancha, componiendo a su antojo con una narrativa que huye del encierro de la viñeta para construir un nuevo tipo de lenguaje en el que cada página puede verse como un todo o como las partes en las que se divide. Partiendo de la partícula más pequeña de significado de la estructura narrativa, Fernández es capaz de montar un macro-universo lleno de matices en el que segundas y terceras lecturas irán desvelando nuevos detalles que enriquecen sobremanera lo que el lenguaje escrito no es capaz de alcanzar. Experimentando con todas aquellas técnicas que tiene a su alcance, de Zora no se puede decir que el ojo se acostumbre y amodorre, ya que cada nuevo tornar de hoja supone un reto para un lector que no sale de su asombro: tratando la concepción global de todo lo que aparece en el cómic como si de un biólogo se tratara, el prisma orgánico (y en este sentido el diseño de las naves es fascinante) que utiliza el artista echa mano desde el lápiz directo en blanco y negro al óleo, pasando por lápiz a color, acuarela o tinta en un fascinante y soberbio recital capaz de dejar extasiado hasta al más pintado.
Decía al principio que hay ciertas afirmaciones que resultan muy obvias. Pero si son de la magistral magnitud que Fernández era capaz de desarrollar antes de retirarse al mundo de la pintura, ¿a alguien le importa?.
No es que la historia de Zora y los Hibernautas sea un dechado de originalidad, ya que la lectura va dejando un constante regusto familiar mediante el que resulta un proceso bastante sencillo anticiparse a alguno de los momentos clave en el desarrollo de la acción. Ahora bien, para crédito de Fernández, estos momentos son los menos y la inmersión en el relato de una fémina imposible miembro de una sociedad matriarcal que encuentra a un grupo de hombres hibernados desatando así una guerra civil en su entorno resulta, en la mayor parte de su desarrollo, tan apasionante como anárquica, echando mano el artista de cualquier herramienta argumental que le sirva para seguir avanzando en el relato. Así, no resulta extraño que en un tebeo que bebe de tan diversas fuentes como es este, nos encontremos con que el autor español mezcle ciencia-ficción a lo space opera (y aquí Alex Raymond y su Flash Gordon tendrían mucho que decir) hasta mundos post-apocalípticos que parecen sacados ya de aquél futuro distópico que pintaba La Fuga de Logan, ya del que dibujaba H.G.Wells en su Máquina del Tiempo con esos Morlocks que esclavizaban y mataban a los Eloi.
Pero Fernández no se conforma con dejarse "inspirar" por tan honrosas influencias, sino que va más allá e introduce, muy a la manera en la que se hacía a finales de los setenta (principios de los ochenta) en la ciencia-ficción, claves filosóficas, metafísicas, existencialistas e incluso algo lisérgicas (ese recuerdo del viaje al interior de un ser supremo tiene mucho de alucinógeno), encarnadas todas ellas en la figura de los protagonistas principales, Zora y Amon, prestando el autor gran atención a aquella que da título al tebeo, una mujer cuya determinación y voluntad son el motor que mueve toda la acción. Es para ella para quien Fernández reserva lo mejor que su mitad escritora puede dar de sí, aunque en este punto habría que achacarle que, frente a la profundidad que desarrolla en ciertos aspectos del guión, la relación que se establece entre los protagonistas sea en cierto sentido bastante pueril, algo que, no obstante, se podría justificar desde cierto punto de vista si así se quisiera.
De todas formas, querer entrar en cierto tipo de disquisiciones es buscarle tres pies al gato cuando lo que queda muy claro al finalizar la lectura es que la historia de Zora y los Hibernautas sirve a la perfección a lo que resulta más apasionante de aquella, el maravilloso disfrute que se deriva de la contemplación de todas y cada una de las páginas que componen el volumen. Y aquí no hay paliativos posibles que criticarles a un dibujante que echa el resto en cada plancha, componiendo a su antojo con una narrativa que huye del encierro de la viñeta para construir un nuevo tipo de lenguaje en el que cada página puede verse como un todo o como las partes en las que se divide. Partiendo de la partícula más pequeña de significado de la estructura narrativa, Fernández es capaz de montar un macro-universo lleno de matices en el que segundas y terceras lecturas irán desvelando nuevos detalles que enriquecen sobremanera lo que el lenguaje escrito no es capaz de alcanzar. Experimentando con todas aquellas técnicas que tiene a su alcance, de Zora no se puede decir que el ojo se acostumbre y amodorre, ya que cada nuevo tornar de hoja supone un reto para un lector que no sale de su asombro: tratando la concepción global de todo lo que aparece en el cómic como si de un biólogo se tratara, el prisma orgánico (y en este sentido el diseño de las naves es fascinante) que utiliza el artista echa mano desde el lápiz directo en blanco y negro al óleo, pasando por lápiz a color, acuarela o tinta en un fascinante y soberbio recital capaz de dejar extasiado hasta al más pintado.
Decía al principio que hay ciertas afirmaciones que resultan muy obvias. Pero si son de la magistral magnitud que Fernández era capaz de desarrollar antes de retirarse al mundo de la pintura, ¿a alguien le importa?.
Sergio Benítez (365)
5 comentarios:
Le tengo ganas a este Zora, ya que los recuerdos de haberlo leido en las viejas y gloriosas revistas de los 80 se difumina como el aliento en los cristales.
Saludos.
Pues no vaciles, querido Toni, y dile a tu librero que te lo pida a la voz de ¡YA!.
Saludetes,
Sergio
Una buena recomendación.
Un dibujante extraordinario, sí, pero algo estático, ¿no os parece? Por otro lado, creo que sufre del mismo mal que tantos otros magníficos artistas se la época: los guiones flojeaban estrepitosamente y muchas veces no eran más que un muestrario de excusas para enseñar mujeres lo más ligeras de ropa posible. Pocas veces la historia estaba al nivel del dibujo.
Si no hay link no puedo leerlo, entonces porque lo recomiendas cabron, no ves que se me hace la boca agua.
Gracias por hablar de este comic
Publicar un comentario