Dibujo: Karl Kerschl & Serge Lapointe
Editorial: DC
Formato: 6 Cómic-books. 24 Páginas c/u
Precio: $2.99 c/u
Calificación: 6/10
Aunque ya sea conocido por estos lares como un astiberro de pro (gracias Toni por el calificativo), uno tiene un pasado lleno de lecturas pijameras que, aunque quisiera, nunca podré dejar atrás. Arrinconado por la ingente cantidad de tebeo europeo, el cómic americano cada vez encuentra menos sitio en las estanterías de mi estudio y, cuando lo hace es movido por algún guionista (Johns, Vaughan, Ellis, Morrison, Brubaker...) o dibujante (Alan Davis, Quitely, Pacheco, Cassaday, Gary Frank, Hitch...) o simplemente por que el título en cuestión sea autoconclusivo (ya saben de mi mala memoria, regida por ciclos mensuales), categoría esta última en la que entraba este Teen Titans: Year One, a la que se unía un dibujo la mar de atractivo que enraizaba de pleno con mi pasión por la animación.
El venderse además como el comienzo de un grupo al que siempre seguí la pista en mis años mozos, y por ahí andan para demostrarlo los cuatro exquisitos volúmenes en tapa dura de la primera etapa del grupo, aquella creada por Wolfman y Pérez, era algo que no podía dejar pasar por lo que, a pesar de mis reticencias a comprar grapas, esta miniserie de seis números terminó cayendo, esperando, eso sí, a tenerlos todos para leerla del tirón...algo que en media hora ya había hecho...mala señal.
Ya que fue el dibujo el que me movió principalmente a su compra, comencemos hablando de él, máxime si tenemos en cuenta que no sólo es estupendo, sino que, a la postre, salva de la quema a la serie. Con un tratamiento del color espectacular, y un storytelling que no obedece a ninguna ordenación canónica, Kerschl y Lapointe nos regalan seis números en los que un estilo algo amerimangizado (menudo "palabro") muy cercano al que Madureira desarrollaba cuando aún le interesaban más las páginas de un tebeo que pegar tiros con el mando de una consola, es la tónica dominante. Con un control absoluto sobre el tempo de la narración y la composición de la página, llena de solapes entre viñetas, splash pages y una secuenciación que en no pocas ocasiones responde a patrones cinematográficos, los dos artistas concretan con este trabajo un gran ejemplo de la dirección hacia la que deberían mirar muchos dibujantes de esos que las editoriales consideran hot (¿alguien ha dicho Tony Daniel?).
Claro problema del tebeo es no encontrar durante la lectura una relación directa de calidad entre el aspecto visual y la historia. Vale, la guionista consigue moverse más o menos con comodidad en la fina línea que separa lo infantil e inteligente, de lo directamente estúpido, algo a lo que ayuda el que el punto de partida de la historia, que se desarrollará en los tres primeros números, sea el hecho de que los mentores de los seis miembros del grupo parezcan controlados (y de hecho lo están) por una entidad maligna. Hasta la conclusión de esa primera terna de ejemplares casi no se le podría poner ninguna pega a la historia, más allá de la poca precisión con la que se enmarca en la temporalidad del grupo, apareciendo toda clase de artefactos modernos que no existían hace cuarenta y cinco años, cuando la formación vió por primera vez la luz.
Sólo es a partir del cuarto número cuando las contrariedades reales comienzan a minar el trabajo de Wolfram. Para empezar, el quinto y el sexto número, que en teoría deben explorar las consecuencias de una fama prematura y rápida de los superhéroes, se quedan en un quiero y no puedo totalmente ajeno además a lo que había sucedido anteriormente en la miniserie y, por si esto no fuera poco, la guionista atonta a los personajes hasta convertirlos en adolescentes mononeuronados muy afines a la época actual que nada tienen que ver con aquellos que conocimos antaño. A este molesto detalle hay que añadir la intrascendencia de lo que la escritora va deshilando rumbo al sexto y último número, un despropósito tan previsible como torpe que termina por arruinar una función con una bellísima factura pero unos paupérrimos mecanismos que sepan articular con éxito lo que al final se queda como una metedura de pata más a añadir al largo listado de la editorial americana.
El venderse además como el comienzo de un grupo al que siempre seguí la pista en mis años mozos, y por ahí andan para demostrarlo los cuatro exquisitos volúmenes en tapa dura de la primera etapa del grupo, aquella creada por Wolfman y Pérez, era algo que no podía dejar pasar por lo que, a pesar de mis reticencias a comprar grapas, esta miniserie de seis números terminó cayendo, esperando, eso sí, a tenerlos todos para leerla del tirón...algo que en media hora ya había hecho...mala señal.
Ya que fue el dibujo el que me movió principalmente a su compra, comencemos hablando de él, máxime si tenemos en cuenta que no sólo es estupendo, sino que, a la postre, salva de la quema a la serie. Con un tratamiento del color espectacular, y un storytelling que no obedece a ninguna ordenación canónica, Kerschl y Lapointe nos regalan seis números en los que un estilo algo amerimangizado (menudo "palabro") muy cercano al que Madureira desarrollaba cuando aún le interesaban más las páginas de un tebeo que pegar tiros con el mando de una consola, es la tónica dominante. Con un control absoluto sobre el tempo de la narración y la composición de la página, llena de solapes entre viñetas, splash pages y una secuenciación que en no pocas ocasiones responde a patrones cinematográficos, los dos artistas concretan con este trabajo un gran ejemplo de la dirección hacia la que deberían mirar muchos dibujantes de esos que las editoriales consideran hot (¿alguien ha dicho Tony Daniel?).
Claro problema del tebeo es no encontrar durante la lectura una relación directa de calidad entre el aspecto visual y la historia. Vale, la guionista consigue moverse más o menos con comodidad en la fina línea que separa lo infantil e inteligente, de lo directamente estúpido, algo a lo que ayuda el que el punto de partida de la historia, que se desarrollará en los tres primeros números, sea el hecho de que los mentores de los seis miembros del grupo parezcan controlados (y de hecho lo están) por una entidad maligna. Hasta la conclusión de esa primera terna de ejemplares casi no se le podría poner ninguna pega a la historia, más allá de la poca precisión con la que se enmarca en la temporalidad del grupo, apareciendo toda clase de artefactos modernos que no existían hace cuarenta y cinco años, cuando la formación vió por primera vez la luz.
Sólo es a partir del cuarto número cuando las contrariedades reales comienzan a minar el trabajo de Wolfram. Para empezar, el quinto y el sexto número, que en teoría deben explorar las consecuencias de una fama prematura y rápida de los superhéroes, se quedan en un quiero y no puedo totalmente ajeno además a lo que había sucedido anteriormente en la miniserie y, por si esto no fuera poco, la guionista atonta a los personajes hasta convertirlos en adolescentes mononeuronados muy afines a la época actual que nada tienen que ver con aquellos que conocimos antaño. A este molesto detalle hay que añadir la intrascendencia de lo que la escritora va deshilando rumbo al sexto y último número, un despropósito tan previsible como torpe que termina por arruinar una función con una bellísima factura pero unos paupérrimos mecanismos que sepan articular con éxito lo que al final se queda como una metedura de pata más a añadir al largo listado de la editorial americana.
Sergio Benítez (219)
4 comentarios:
Si es que la gente no aprende... La más mejor serie titanera actual es Tiny Titans, y a una recomicdación de éste mismo blog publicada hace un tiempo me remito.
Saludos!
Ahí, ahí, autopublicitando el tema ;).
Saludetes,
Sergio
Pues ahora no sé que hacer, Sergio. El tomo era la excusa perfecta pa pillarme la serie, pero a mi tb me da pereza el guión... claro que el dibujo pinta bien...
Arggggg....!!!!
Jejeje, dilemas "dilemosos". El dibujo lo vale, el guión no. Para mi hubiera sido razón suficiente de haberlo sabido antes :(.
Saludetes Jose,
Sergio
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