Dibujo: Craig Thompson
Editorial: Astiberri
Formato: Libro Cartoné. 600 Páginas
Precio: 35€
Calificación: 9/10
Hay gente con la que estás predestinado a llevarte bien, sea como sea. Jesús (no el hijo de Dios) es una de esas personas. Pareja de la prima de mi esposa (una mujer fascinante con la que se puede hablar de lo que a uno le venga en gana...la prima quiero decir, que piense eso de mi esposa es obvio), desde el momento en que nos conocimos y cruzamos dos palabras, me di cuenta de que Jesús pertenecía a ese raro tipo de amigos con los que nunca se te acaba el tema de conversación, sea este el que sea. Pero es que, para colmo, al interfecto le encantan el cine, los videojuegos (una pasión personal descubierta recientemente) y, cómo no, los cómics. Y aquí es donde entra en liza Blankets. Resulta que estando de visita en su casa hace unos meses, y repasando su incipiente aunque prometedora tebeoteca (en la que hay lugar para todo, desde manga a pijamismo pasando por un buen surtido de independiente y europeo), me encontré con la sorpresa de que había dos ejemplares del volumen de la obra de Thompson. Ante la pregunta "¿cómo es que tienes dos?", Jesús me contaba cómo, habiéndolo comprado en la web de la Fnac, estos se habían confundido y le habían mandado la edición en catalán. Ante la imposibilidad de leérselo en tal idioma, se había tenido que comprar otro en castellano, quedando la primera a merced de mis largos colmillos. Y no, no se catalán, pero como quiera que dicha lengua es (más o menos, que no se me mosquee ningún purista) una mezcla de español y francés, y del segundo recuerdo lo suficiente como para leerlo y enterarme de lo que pasa...pues no dude dos veces y me traje el tocho a casa para completar una carencia que Mario había calificado más de una vez de "imperdonable". Teniendo en cuenta que este es uno de esos cómics que el cofundador de esta bitácora califica sin despeinarse de "muy bonito" (y el que no se acuerde de lo que dicha palabra significa por estos lares que repase esta recomicdación) la ocasión la pintaban calva.
Inmersa de lleno en el mismo terreno autobiográfico que tan buenas sensaciones nos han dejado hasta ahora obras como Píldoras Azules, Epileptic, S, Mi Vida Mal Dibujada o Una Posibilidad Entre Mil, Blankets partía con una gran ventaja para ganarme, algo que hacía a las pocas páginas de comenzar al presentarnos a esos hermanos compartiendo cama y una de las mantas que dan título a la novela gráfica. Hablándonos desde un principio de tú a tú y con el corazón en la mano, Thompson dedica las primeras cincuenta páginas (aproximadamente) a rememorar varios hechos de su infancia, apuntalando su historia en dos pilares fundamentales, su rechazo inicial al mundo de los adultos, derivado de los abusos que tanto su hermano como él sufrieron por parte de un canguro (la persona que los cuidaba, no el animal) y, sobre todo, la fuerte influencia que durante gran parte de su vida ejerció la religión.
Del primero es obvio inferir que la gran capacidad que desde pequeño mostraba Thompson hacia el dibujo, sería interpretada por cualquier psicólogo como una manera del autor no ya de poder evadirse de la realidad que lo rodeaba, sino de crear su propia realidad para así moldearla a su antojo, algo sobre lo que inciden muchas de las páginas del volumen en las que el artista fantasea acerca del mundo en el que le ha tocado vivir . Pero sin duda alguna es la segunda la que lo marca de manera indefectible desde muy pequeño. Nacido en el seno de una familia cristiana fervorosamente creyente, Thompson es expuesto desde infante a las contradicciones y actitudes dogmáticas inherentes a la religión, provocando desde muy temprano los típicos sentimientos de culpa que siempre se asocian a las doctrinas religiosas. En este sentido, y siendo como es el autor dolorosamente franco en el cien por cien de la narración, resulta esclarecedor esa "única" masturbación que el adolescente, castrado de libertad por un "Dios" que impone reglas sin dar explicaciones, descubre una vez ha conocido a Raina, el primer amor y motor fundamental de Blankets en gran parte del devenir de la historia. Más allá del sentido explícito que el autor otorga al título con la manta que comparte con su hermano en las primeras páginas del libro, es la religión la primera manta figurativa que nos encontramos en el relato, una que siempre está dispuesta a cubrir a quiénes bajo ella se quieran cobijar, aunque pidiendo mucho a cambio.
Ahora bien, la manta sobre la que Thompson realmente reflexiona es aquella que, a partir de cierto punto, le proporciona el amor. En el terreno físico porque es la primera muestra de que Raina le ama, al confeccionarle una de las típicas american quilts hechas a partir de retazos de diferentes telas cada una con un significado especial. En el metafísico, porque es donde el autor encuentra por vez primera el solaz y paciego que hasta entonces se le ha negado de una forma u otra, volcándose el joven de tal manera en la relación con su primera novia que pierde totalmente la perspectiva de lo que para ella significa ese primer amor. Tal dosis de realidad (no sé a vosotros, pero a mi me pasó lo mismo con mi primera pareja) hace que el lector se vea arrastrado aún más por la espiral de genialidad que destilan las seiscientas páginas del volumen: alternando Thompson la narración entre tres tiempos (infancia, adolescencia y edad adulta) y moviéndose del primero al segundo a su antojo, la lectura de Blankets es apasionada y de una crudeza que en algunos momentos resulta desgarradora.
Es precisamente esa última cualidad la que aporta el último grano de grandeza a tan bellísima obra: huyendo de edulcorar la realidad, Thompson se mantiene fiel a sus experiencias y reflexiona sobre las mismas con una posición honesta desde la que va arrojando reflexiones, más o menos personales, más o menos universales, con las que el lector podrá identificarse o no, pero que seguro no le dejarán indiferente. Quizás la conclusión sea algo anticlimática, pero si algo dejan claro las dos últimas páginas es que Blankets está pensado primero como un vehículo de expresión personal que sirve al autor para verbalizar (en palabras e imágenes) todos aquellos demonios que siempre le han acosado y después, y esto puede llegar a antojarse una consecuencia imprevista, como una forma de compartir dichos demonios con el resto de la humanidad.
¡Ah!, casi se me olvidaba. Mario tenía razón. Es un tebeo "muy bonito".
Inmersa de lleno en el mismo terreno autobiográfico que tan buenas sensaciones nos han dejado hasta ahora obras como Píldoras Azules, Epileptic, S, Mi Vida Mal Dibujada o Una Posibilidad Entre Mil, Blankets partía con una gran ventaja para ganarme, algo que hacía a las pocas páginas de comenzar al presentarnos a esos hermanos compartiendo cama y una de las mantas que dan título a la novela gráfica. Hablándonos desde un principio de tú a tú y con el corazón en la mano, Thompson dedica las primeras cincuenta páginas (aproximadamente) a rememorar varios hechos de su infancia, apuntalando su historia en dos pilares fundamentales, su rechazo inicial al mundo de los adultos, derivado de los abusos que tanto su hermano como él sufrieron por parte de un canguro (la persona que los cuidaba, no el animal) y, sobre todo, la fuerte influencia que durante gran parte de su vida ejerció la religión.
Del primero es obvio inferir que la gran capacidad que desde pequeño mostraba Thompson hacia el dibujo, sería interpretada por cualquier psicólogo como una manera del autor no ya de poder evadirse de la realidad que lo rodeaba, sino de crear su propia realidad para así moldearla a su antojo, algo sobre lo que inciden muchas de las páginas del volumen en las que el artista fantasea acerca del mundo en el que le ha tocado vivir . Pero sin duda alguna es la segunda la que lo marca de manera indefectible desde muy pequeño. Nacido en el seno de una familia cristiana fervorosamente creyente, Thompson es expuesto desde infante a las contradicciones y actitudes dogmáticas inherentes a la religión, provocando desde muy temprano los típicos sentimientos de culpa que siempre se asocian a las doctrinas religiosas. En este sentido, y siendo como es el autor dolorosamente franco en el cien por cien de la narración, resulta esclarecedor esa "única" masturbación que el adolescente, castrado de libertad por un "Dios" que impone reglas sin dar explicaciones, descubre una vez ha conocido a Raina, el primer amor y motor fundamental de Blankets en gran parte del devenir de la historia. Más allá del sentido explícito que el autor otorga al título con la manta que comparte con su hermano en las primeras páginas del libro, es la religión la primera manta figurativa que nos encontramos en el relato, una que siempre está dispuesta a cubrir a quiénes bajo ella se quieran cobijar, aunque pidiendo mucho a cambio.
Ahora bien, la manta sobre la que Thompson realmente reflexiona es aquella que, a partir de cierto punto, le proporciona el amor. En el terreno físico porque es la primera muestra de que Raina le ama, al confeccionarle una de las típicas american quilts hechas a partir de retazos de diferentes telas cada una con un significado especial. En el metafísico, porque es donde el autor encuentra por vez primera el solaz y paciego que hasta entonces se le ha negado de una forma u otra, volcándose el joven de tal manera en la relación con su primera novia que pierde totalmente la perspectiva de lo que para ella significa ese primer amor. Tal dosis de realidad (no sé a vosotros, pero a mi me pasó lo mismo con mi primera pareja) hace que el lector se vea arrastrado aún más por la espiral de genialidad que destilan las seiscientas páginas del volumen: alternando Thompson la narración entre tres tiempos (infancia, adolescencia y edad adulta) y moviéndose del primero al segundo a su antojo, la lectura de Blankets es apasionada y de una crudeza que en algunos momentos resulta desgarradora.
Es precisamente esa última cualidad la que aporta el último grano de grandeza a tan bellísima obra: huyendo de edulcorar la realidad, Thompson se mantiene fiel a sus experiencias y reflexiona sobre las mismas con una posición honesta desde la que va arrojando reflexiones, más o menos personales, más o menos universales, con las que el lector podrá identificarse o no, pero que seguro no le dejarán indiferente. Quizás la conclusión sea algo anticlimática, pero si algo dejan claro las dos últimas páginas es que Blankets está pensado primero como un vehículo de expresión personal que sirve al autor para verbalizar (en palabras e imágenes) todos aquellos demonios que siempre le han acosado y después, y esto puede llegar a antojarse una consecuencia imprevista, como una forma de compartir dichos demonios con el resto de la humanidad.
¡Ah!, casi se me olvidaba. Mario tenía razón. Es un tebeo "muy bonito".
Sergio Benítez (270)
7 comentarios:
Yo es que me leo ésto y luego lo comparo con cualquier recomicdación mía (la de ésta tarde por ejemplo) y no entiendo, cómo es que aún me mantienes en plantilla (que no en nómina, que conste)
Y en cuanto al tocho jodebrazos éste... que sí, que merece la pena leerlo. ¡¡Y además haces biceps!!
Saludos!
Jejejeje,
¿por qué lo dices?.
Saludetes,
Sergio
Por el estilo, la documentación, la forma de expresarse, la duración, el vocabulario, la obra elegida...
Es como comparar a Miguel Delibes con Miguel el del Lidl...
Saludos!
Pues muchas gracias Nachete.
Saludetes,
Sergio
Tebeazo!
Te enlazo en el comentario que hice hace ya algún tiempo sobre este comic.
Un saludo.
Angux,
se te ha olvidado el enlace...¡qué cabeza la tuya! ;P
Saludetes,
Sergio
Blankets es de los que dejan huella, sobre todos si se te cae en un pie. No, en serio, es tierno, emotivo... me encanta.
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