
Dibujo: Christophe Chabouté
Editorial: Norma
Formato: Álbum Cartoné. 64 Páginas
Precio: 16€
Calificación: 8.5/10
Es por ese motivo, bueno, y porque Toni recomicdó hace pocas semanas La Bestia de Chabouté y quería hacerme con algo del autor francés, que Encender una Hoguera era una de las dos compras seguras de los lanzamientos de Norma de este mes (la otra, curiosos, que sois muy curiosos, era el volumen 11 de Zits), aún a sabiendas que adaptar un cuento de London a 64 páginas era labor complicada. Pero eso a Chabouté parece no importarle, resolviendo la papeleta de una forma sorprendente.
Considerado un clásico dentro de la bibliografía del autor norteamericano, Encender una Hoguera parte de un planteamiento bastante simple en el que el autor sigue a un único personaje, un buscador de oro que vaga por las tierras del Yukon de Alaska en busca de refugio bajo unas condiciones de frío extremo y con la sola compañía de su perro. Tan escueta idea da al escritor como para llenar unas diez páginas de narración en las que intensas y ricas descripciones de los paisajes helados de la zona se alternan con los discursos internos del personaje puestos en tercera persona, como si el autor tuviera la capacidad de asomarse a la psique de un hombre en tan extremas circunstancias. Con una crudeza descarnada, que no ahorra al lector detalles acerca de como el protagonista intenta denodadamente conservar la razón mientras su cuerpo comienza a sufrir los estragos de la congelación, London consigue acongojar hasta límites asombrosos, concluyendo el cuento con un más que irónico final.
En su adaptación, Chabouté, aquí coloreado con una escueta paleta que sigue dejando entrever el dominio del claroscuro que comentaba Toni, traslada toda la fuerza e intensidad que dimanan del relato de London, eligiendo con precisión quirúrgica los fragmentos de texto que necesita como apoyo para que la narrativa visual sea fácilmente aprehensible, algo que, sinceramente, ni siquiera habría hecho falta. Desde un primer momento, y con un storytelling magnífico que marca un ritmo de letanía muy adecuado al tono sombrío del cuento original, el autor francés deja claro que sólo mirando los dibujos, y por consiguiente, ignorando el texto, se puede seguir sin problemas una narración en la que viñetas cerradas y abiertas, y las más diversas composiciones de las mismas, se suceden para concretar una lectura apasionante que aparentemente no debería haber pasado de lo anecdótico pero que, en las hábiles manos de este consumado narrador, se convierte en una obra de arte independiente de la original y de un tremendo calado.